miércoles, 9 de diciembre de 2009

NESTOR ROJAS: UN POETA APOCALÍPTICO



Hacia la engañosa ciudad de los engañados

¿Con qué mano cierro los ojos de los muertos? Escuchos los gemidos de los que morirán. Suenan y resuenan las ametralladoras. La muerte se balancea sobre nuestras cabezas. Carne de cañón, eso somos. He aquí a los contaminados, a los esclavizados, a los condenados, a los que gritan venganza junto a las piernas trenzadas, tiesas, clavadas y sangrantes del Crucificado. ¿De qué piedad me habla la Iglesia? El Rey Herodes sigue siendo de este mundo, con otra máscara.
Año 2011. Escorpión se mueve, sigiloso, entre las escorias. Cierro los ojos: sueño que voy a la deriva de la mañana. Mi cuerpo, azotado por el látigo del Gran Padre, del Todopoderoso Estado, está lleno de llagas. Siento frío y hambre. ¿Hacia dónde me dirijo? Escucho la voz de alguien que me llama desde la cruz de su desesperación. Es el llamado del padecimiento. Me acerco más: es un niño huérfano, que trata de subir hasta la superficie. Su rostro está quemado por el fuego del desamparo. En sus ojos se reflejan las imágenes del horror. A su alrededor gimen los que mueren bajo el yugo. Los esclavos de la alienación y de los políticos.

Hago memoria. 1979. Todavía me duele el desamparo de aquella infancia. Al mediodía la luz de la nostalgia fluye. Padre e hijo siguen juntos su camino. Estoy muy cansado, dice el pequeño de pronto. ¿Adónde vamos? Desde el comienzo todo es cada vez más sombrío. Nos amenazan tempestades y a nuestro alrededor sólo hay peligros. El padre contesta: el progreso avanza hacia el más hermoso de los caminos. Y ¿quién se atreve a turbarlo? Tú lo entorpeces con tus dudas. ¡Cierra ya los ojos y avanza con fe ciega! El hijo responde: el frío me invade ¿acaso no has sentido nunca una pena profunda? Date cuenta. Caminamos en sombras. Nuestro progreso no es más que una huella de la desolación. Demonios nos salen al paso. El suelo se hunde bajo nuestros pies y nos arrastra, damos vuelta sobre un torbellino como plumas sin peso. Nuestros pasos son engaños y les falta espacio. El padre contesta: ¿Acaso el avanzar del hombre no le lleva siempre a espacios infinitos? El progreso conduce a un mundo sin fronteras. Tú en cambio lo confundes con fantasmas. ¡Maldito progreso!, dice el hijo, maldito regalo. Nos cierra el espacio, sin dejar que nadie avance y el hombre sin espacio es un ser ingrávido. Este, señala con su dedo delgado, es el nuevo rostro del mundo: el alma no necesita progreso, pero sí en cambio precisa gravidez.
El padre sigue avanzando e inclina la cabeza: “un polvo reaccionario cubre a mi hijo. Perdónalo Padre, porque él no sabe lo que piensa.”



Final del juicio

Es mi caída desde la noche. Caigo en el barranco de los equivocados. Estamos todos encerrados en la nada. Dios ha desaparecido de la película cuando más lo necesitábamos. Los demonios se anuncian por el altoparlante en Liverpool con una risita que da escalofrío. Un contador de monedas aplaude, gozoso. Se oyen las almas cayendo otra vez, ya no del paraíso al infierno, sino de una paila a otra. Todas las cabezas están perdidas, envueltas en fuego. (Una nimiedad: Mi alma mundana y deseosa de aventuras es tentada de nuevo: frente a mí una hermosa joven que quiere perder su virginidad, una fresa me ofrece. Tiene prisa por perder su hermoso tesoro. Ella no tiene novio. - ¿Es que acaso se necesita novio para perder la virginidad?, me dice coqueteándome con sus ojos de mariposa perdida en una fiesta de niños.
Adentro de una casa con su televisor encendido a todo volumen, un pavo habla por teléfono con su novia horas y horas y en la calle de enfrente un marrano recién vestido va hacia una casilla telefónica donde hay una cola de Mercal que le da vuelta a la esquina. Sólo un teléfono inteligente sirve y sólo para hacer llamadas de emergencia.

( Ella es porrista y hace esfuerzos inútiles por seducirme. Su piel es blanca y tersa. ¿Quieres dejar de ser virgen?, vuelvo a preguntarle ya con la salsa en los labios).

Hay escombros y basura por todas partes. La temperatura está bajo cero. Estoy en la ciudad del caos donde la vida corre como huyéndole a la muerte que viene por todas partes. Si esa sangre derramada no es lo que veo por doquier; si eso no es la vida retorciéndose entre vidrios rotos y huesos y carnes mutiladas; si esos no son unos ojos sangrando confundiéndose con restos de comidas trituradas y trapos quemados ¿entonces qué es? Cualquier otra cosa puede ser, menos el Paraíso Prometido por el Señor Presidente que nos vendió la idea de la Revolución sin saber qué era la Revolución.

Pregunta para un vivo a punto de sufrir un atentado en cualquier parte del globo: -¿Volverás a besar tus huesos? ¿tendrás un romance con tu vecina? ¿gritarás que NO?

Estoy en la tierra donde las bombas de diez kilogramos de dinamita siembran el terror hasta en los autobuses. No hay paz universal para nadie, ni siquiera soñando. Y que lo digan los profetas de finales infelices. Que lo diga la voz de nuestra época en emergencia, incierta y llena de pánico. Cada uno de nosotros puede ser un terrorista, una víctima y un victimario. Este mundo ya no es una confortable residencia para nadie, pues hasta los ricos tienen miedo de morir a manos de cualquier pobre resentido, que ya no aguanta tanta hambre. Lo que les da más terror a un rico es dejar tanta riqueza realenga. A él: ¡que se lo coman los gusanos, pero su dinero nadie lo tocará.

( Para alegrar mi triste y hastiada existencia he decidido aceptar. Le hago señales para que se acerque. Ella obedece. Le digo que se ponga en cuatro patas como una perra. Ella obedece. Le digo que ladre y ella obedece. Le grito que me masturbe y ella se pone a llorar).

Viejos cuentos esos de que gozamos de perfecta salud. Todos estamos envueltos en plástico solidificados como sueños reciclados, revestidos de humo y polvo. Mientras tanto, hablan las autoridades: - No hay novedad, la policía mantiene el control, todos a sus casas que nada pasó, sólo unos pocos cayeron abatidos, cierto es que los heridos no tienen ojos, pero estarán bien de salud. - Hay disparos. Todos corren gritando de un lado para el otro sin saber para dónde ir. Lo importante es salvar la vida. Más disparos, más gritos desesperados. Un niño de nueve años espera solo en una sala. Todos salieron despavoridos. El se quedó ahí sin moverse, llorando. En la misma butaca donde lo sentó su padre, el héroe de la película, lo encontró.

- No me moví papá. No me moví. El lo abraza.

( He dejado de escribir. La acción me atrapó. El terrorista tiene a la niña, que no reconoció entre la multitud. La hace su rehén. Ella llora y llama a su papá. El héroe intenta rescatarla. Lo hace. Provoca la muerte del terrorista que cae en el helicóptero, que estalla).

- Tenías que ver a mi papá. Se tiró desde lo alto para salvarme. Lo golpeó una y otra vez hasta hacerlo sangrar. El le tuvo miedo porque huyó, pero la muerte finalmente lo atrapó. Lo hizo cenizas.

(¿Te acostarás con ella?
- No.
- Si no lo haces tú lo hará otro.)

Otra pregunta: ¿cuántos ángeles imaginarios han pasado de piadosos seres a pesquisas verdolagas por probar?

Angeles seculares para la superstición están más allá de las achicharradas calles donde pondrán una placa en honor a los muertos. Pero tú ¿puedes dormir tranquilo en un horno de microondas? ¿puedes estar como un pollo muy tranquilo destilando ese jugo que ni los gusanos beben?

(- Yo pensé perder la virginidad enamorada. ¿Por qué no duermes conmigo?
- Disculpe, estuve preparando esto durante días. Compré preservativos, leí revistas, me preparé psicológicamente para esto y no voy a perder esta oportunidad. Si no eres tú será otro. Yo sólo quiero perder mi virginidad porque todos en la escuela se burlan de mí porque soy virgen. No habrá problema. Cuando aparezca otro hombre en vida, la perderé otra vez.
- ¿Está preparada?
- Yo no creo que sea muy difícil.)

¿Qué decir de tu país? Que dios lo bendiga como lo hace con Walt Disney. Hay sangre en tráfico sobre una lengua arrastrada, sangre cayendo y la asamblea de judíos reunida hablando con sed de venganza: La misión es matar: ojo por ojo, diente por diente. Hasta que todos se queden sin ojos y desdentados. Las bombas acabarán con el mapa territorial y harán más profundas nuestras heridas y contradicciones. Porque a unos cuantos le han volteado sus bocas, abajo están bien muertos.

- Y tú, bella durmiente: ¿No escuchas ese ulular de sirenas cerca de tu corazón? ¿No ves esas manos cerca de ti recogiendo pedazos de cuerpos mutilados? Hay carnes en el mostrador rodados como bistec.
Escucha lo que dice el mercader! Oye con atención sus ofertas, porque a ti es a quien vende! Ponte los auriculares en el oído y escucha la melodía de la muerte que se escucha en todas partes. Has conseguido ponerte arriba, decirle al rey: dame ginebra, dame el último trago, así quiero estar, como ella que tomó la última gota de sangre de su hijo desde la herida que dejó de chorrear esa salsa roja que se seca muy rápido.

- Ahora sí. Si te molesta la luz, apágala.
- ¡No puedo! Soy buena, pura y honesta.
- ¿No querías perder tu virginidad?
- Sí, pero pensé que sería más fácil.

Un profundo acento se oye del este, del sur, del oeste, del norte, donde los pobres trabajan y arrastran pollos, cerdos, vacas y toros para que los ricos coman y se harten y se sientan bien en el planeta, protegidos por Gran Estado que está soñando que un coronel loco se acerca para que los suyos disfruten el día que baja del cielo.

Nadie, entre los poderosos, oye la caja de epilépticos que tiene espasmos ni sabe de los perdidos huesos del primer hombre, tampoco olfatean esa esencia de limón que sirve para las frotaciones. ¿En qué abismos caerán los que no tienen las manos sucias, pero sí sus conciencias?

A los infiernos más oscuros irán a parar, gritan los ángeles caídos tocándose con nostalgia sus plumas enredadas. Junto a ellos se sacuden chillidos y se arrojan los muertos escupitajos para que todos despierten de la muerte.

Hay aquí demasiados vidrios rotos, puertas con agujeros, pero están reforzadas las ventanas y cubiertas de rejas de acero para que Lucifer no entre. El pueblo esperaba de él soluciones y no pajas como buenas noticias. Durante días sucedió lo que nadie quería: la muerte volviéndose costumbre. De repente un estallido y quedaban los cuerpos destrozados en las calles sangrantes. De nada servirá la paz si no hay voluntad para no hacer la guerra. Paz no ha habido nunca. Cualquier otra cosa es mejor, otra cosa como por ejemplo comer granadas para estallarse uno mismo y no esperar la explosión del otro que estalla en pedazos.

¿Qué puede uno saber de teorías políticas? Nuestras madres están agarradas de su dolor, lloran y gritan demasiado delgadas, están negras de tanto luto, golpean un ladrillo gritando sin ver el súbito resplandor de la luna que les dice que una noche asomará de nuevo por entre sus ventanas. A través de los ojos vacíos de tanto llorar podrán ver cualquier otra cosa y no eso que ven. Pero algunas mañanas vendrán para sostenerlas.

Esta tarde yo estoy caminando hacia horas por venir. Me olvido de emisarios funestos y del aburrimiento de mis alumnos aburridos. Hay aves en los árboles como aves en los cielos : si no es eso la vida entonces cualquier cosa puede ser. Quiero oír una voz que me recuerde que esto es la vida en este febrero, quiero ver otra cosa que no sea muertes, bombas, alarmas y vidrios rotos por todas partes.

Caminaba un hombre hacia una cuerda atado a una cruz . Iba congelado y flaco con la lengua fuera. Una y otra vez escuché las alarmas contra los que cantaban. Un niño lanzó un ladrillo hacia el vidrio de un automóvil que pasaba (y donde iba el Presidente) mientras rodaban los vidrios rotos; caminaba y en la calle esparcidos quedaban los cuerpos y de repente el cuerpecito quedó debajo de las llantas que siguieron rodando tranquilamente hacia el Palacio Real. Alguna que otra criatura lloraba aterrada y el consejero le decía al gobernante que leía muy quieto la prensa: "sólo revueltas de muchachos". Eso dijo también el ganster que llevaba la ametralladora gorgoriteando humo con sus brazos cruzados. A su lado su chica lucía una minifalda y le susurraba algo bonito con su boca amarillenta. Ríe de arriba abajo (mostrando unos dientes amarillos) y pasa la lengua como hojilla por los labios de ratón. Luces de taxis pasan centelleando.

Estos días de fibra de envoltorios cuánto me duelen. En todo retrete se ve la imagen de un drenaje, de una cloaca que expulsa lo que tiene en su barriga. Un aviso orina el neón relleno de basura y se hunde la gente en las calles oscuras donde se da la violencia. Lo blanco no se ve. Todo lo negro aparece y el viento se cuela entre dientes invertidos, podridos. Ojos flotan en los aires de un mes que tiene pocas noches saturnales y más allá, donde es de día, siguen rompiendo vidrios los muchachos sólo para divertirse. Todavía sigo yo arrastrando los dientes por el suelo, no tengo dinero para comprar comida, pero estoy en stereo, en sintonía con el mundo que anuncia por todos los medios sus noticias. Estoy en la jungla donde se matan los animales "racionales". Las ráfagas entran, varios matones SE DAN BUENAS GOLPIZAS haciendo crujidos y dejando huellas de sangre en el pavimento y parte de su piel. Dondequiera comienza un aullar, un rápido aullido de sirenas y una alarma que suena como ruido de vidrios rotos. Esta es la gran ciudad donde asesinan, violan, aúllan los locos; una vieja en algún otro lugar se disfraza de puta y caminan las estrellas con sus brillantes vestidos de lentejuelas. Se queman los pollos y se quema ese destrozo humano en la vía y esos cuerpos descuartizados oliendo a pollos asándose. Los novatos chillan manifestando, parecen un ejército yendo hacia el precipicio. Es el fin del mundo dice una vieja con bastón: “siguen arrojando mierda sobre nosotros”. Sólo alguna dama requechula tiembla en su casa de cartulina, ve películas que hemos visto y en el bar una fichera cuenta las fichas obtenidas en la noche mientras un borracho ya sin nada en los bolsillos introduce las últimas monedas que obtuvo por su trabajo por la ranura de un corazón femenino que parece un traníquel y le pregunta:

- ¿Oíste el noveno estallido que nos abomba, amor mío? Ella mueve una de sus manos blancas aristocráticas y pone la cinta donde aparece Madonna, la Evita del siglo fenecido.
- Oye cariño ¿qué es eso de holocausto? En el hoyo yo sólo veo otra manzana que se da una zambullida como un gusano hambriento y deseoso de pecar.

Arreglado y conforme según las normas y principios capitalistas este planeta está a punto de estallar, pero sabe el valor de una moneda que no tiene cambio. Aquí quien consigue algo para comer en la basura es porque lucha y respeta el orden que impone la sabia naturaleza humana.

A jugar ahora me invita la palabra: ni rimas de infantes ni cuentos de hadas. LA BOCA SIN DIENTES sonríe ante el cristal que no se romperá y el dolor se mira a través del ojo acechando. Yo vivo viejos cuentos emboscado en la selva de los monos que sienten y piensan. A la larga caeré en mi propia trampa con un ataque de asma porque sé que aquí los pájaros se mueren asfixiados. El que se muera de ozono va directo al hoyo: quedará en la distancia y le dará la espalda a ella y a ustedes que oyen los golpes y piensan que un fenómeno como éste es cosa bien sabida. Yo ando viendo lo que sucede y no sabemos qué es. ¿Será un objeto volador que saldrá disparado de nuestras cabezas agujereadas?

Extraño es la vida, pero para allá no quiero ir, aunque de nuevo están disparando.


Martes es el Nuevo Mundo

"Estados Unidos debería actuar con rapidez para explorar la posibilidad de que existan signos de vida en Marte y para establecer colonias humanas...Marte es el Nuevo Mundo. Cuenta con todos los recursos para permitir la vida, y sobre todo, para la creación de una nueva rama de la civilización humana. La actividad más importante que podemos realizar en este punto de la historia es abrir ese mundo a los seres humanos". Robert Zubrin, ingeniero nuclear especialista en el tema de las misiones a Marte.


La residencia terrestre fue el paraíso terrenal. Ahora es el Infierno. Ahuecada, sin árboles ni pájaros, llena de gases y almas en pena que se arrastran por el suelo.

La tierra es un cementerio. Un desierto lleno de tumbas y bombas que estallarán. Por donde quiera hay máquinas que trabajan sin cesar y monstruos con pistolas que se divierten matando. Robots insensibles caminan por las calles como si fueran reyes.

Piltrafas humanas pululan como moscas sin alas, como gusanos, como ratas se quejan, se tropiezan, se escupen. Se comen a pedazos.

Esta Casa ha perdido su encanto para los que viven desesperanzados, casi muertos, sin saber hacia dónde seguir. Todos los caminos conducen al fracaso que es toda nuestra esperanza.


Se nos acaba el tiempo

Sobre nosotros caen nuevamente las sombras. Encima de nuestras enloquecida cabezas el cielo es un dragón. ¿Para qué miramos el reloj de los corsarios si pronto moriremos?

Aunque dejemos de mirar desesperados el vuelo silencioso de los zamuros seguirán allí, como ángeles. La carroña es su reino.


Despojémonos de todo lo que nos pesa

Abandonemos aquí, en este cementerio que ayer fue el paraíso, nuestras más queridas osamentas. Y marchémonos al planeta rojo, ahora mismo. Porque se nos acaba el tiempo.
Y ya sabemos que el tiempo es nuestro peor enemigo.
Arar en la arena


¿Quién nos enseñará la técnica de arar en el desierto?

Hemos sembrado en los suelos infértiles y áridos. Por eso nuestras cosechas son piedras y yerbas. Gases, metales y petróleo son nuestros más apreciados cultivos. Rociamos la muerte a nivel de las raíces de las plantas para que se murieran. Sacamos el agua y todo lo que había en el fondo de la tierra para hacer nuestra tumba. Nos comimos todo lo que volaba en los cielos. Quemamos las hojas de los árboles y el follaje de lo que sombra daba. Dejamos el mundo desnudo bajo el sol. Para que se muriera y quedara desolado.


Sobrevivir: ¿para qué?

Las pocas raíces que salen al aire asfixiadas y lo poco que vive sobre la tierra aquí y allá -llámese árbol, hierba, animal, llámese hombre- requiere de aire y agua para sobrevivir. Pero no hay aire ni agua suficiente para todo lo que respira. ¿Cómo sobreviviremos con lo poco que hay?

Que cada quien aguante y se sostenga en su cuerpo. Que cada quien haga lo que puede para vivir y luchar por su alimento. Porque el aire y el agua escasean. Y el aire contaminado está y el agua se acaba. Se nos va para jamás volver. Moriremos asfixiados, sedientos y hambrientos como las plantas deshojadas. Como los animales que boquean en la sequía de la desesperanza. Como las almas de las aves que se van ya muertas.
Somos los hijos de las piedras

Somos hijos de los grandes ríos y los extensos bosques. Nacimos en los climas tropicales del sur. Pero no tenemos árboles ni agua y el poco aire que nos queda es el botín de una disputa a muerte con los fumadores y constructores de fábricas. No soportamos las altas temperaturas, aunque vivimos del sol. Muertos están los tallos y las hojas. Muertas están muchas raíces. Muertos están casi todos los pájaros y casi todos los bosques. Muertos están los grandes ríos y muchos animales que jamás volveremos a ver. Sobreviven algunos reptiles entre las piedras humeantes. Sedientos.
Somos hijos de las piedras.


Como lagartos vivimos

Vivimos las horas más cálidas del día abochornados, escondiéndonos del sol que nos sigue como el mismísimo dios enfurecido. Como una sombra rapaz de vuelo llameante.
¿Cómo lograremos crecer si agotamos los nutrientes que habían en la Tierra?
La poca agua que nos queda, ya contaminada, se seca, se va evaporada a otra parte. Seguiremos haciéndoles resistencia a las plagas. Seguiremos sembrando y arando en el desierto.
Porque estos suelos infértiles ya no son aptos para cosechar.
Aquí llegamos para morir como piedras.




Los desterrados se detienen en medio del desierto

¿Para qué volver a la tierra baldía y girar la cabeza hacia lo transcurrido como estatuas de sal? ¿Para qué voltear los verbos que vibran en la lengua armoniosamente, si apenas si sirven para hacer un trino?
Si no miro nunca de dónde vengo, ¿cómo voy a saber hacia dónde voy?

¿Quién nos allanará los caminos si nadie va adelante? ¿Qué nuevos héroes sustituirán a los viejos, ya muertos o cansados de luchar? ¿Qué nuevas ciudades serán levantadas en el lugar sagrado de nuestros dioses caídos o suplantados?


Como gitanos recorremos la Tierra

Nosotros movemos con esfuerzos los ojos hacia arriba y llamamos en silencio a ese Dios que es misterio para todos los hombres aquí y allá. Pero de ÉL ninguna respuesta recibimos. Nos bamboleamos y divagamos torpemente de un lado para el otro en búsqueda de una vida mejor. En búsqueda de Dios.

Porque en verdad lo divino es nuestra meta.

Mas, ¿dónde encontrar al que se fue? ¿Con quién hablar de la vida y qué hacer para llegar al Paraíso Perdido?
Dios ya no vive en la Tierra. Eso lo sabemos desde que el hombre inventó la Razón. Por eso lo buscaremos en Marte donde la vida ayer floreció. A lo mejor lo vemos.
Porque tal vez ya se fue. Para escapar de nosotros. Que seguiremos buscándolo con los ojos de la sinrazón.
Largo es el camino bajo el sol

A la hora del redoble de tambores y campanas bajamos por la pendiente de barro rodando con la esperanza rota. Con nosotros llevamos lo poco que pudimos cargar. Las monedas no quedaron guardadas en los bancos. Sólo dejamos nuestras casas vacías. Hoy nuestros párpados se cierran cansados de llorar. No verán el futuro que ni siquiera existe.


La Caída

El alma deja caer su Cruz en señal de sufrimiento. Y de cansancio. Otra vez, una y otra vez caemos para mayor gloria del Otro. La mancha de ayer hoy sigue viva en nuestros ojos. Y los cielos siguen anunciando tiempos oscuros. Plagas terribles y muertes.
¿Por cuántos años más sobreviviremos sobre el filo de la espada que cae sobre nosotros?
Otro siglo y otro milenio comienzan en este punto desolado de la historia ya revelada por Dios y dada por muerta. Por fortuna otro mundo parece abrirse como un fruto todavía verde. Pero queda allá arriba. Encima de nuestras cabezas.
Si nos fuéramos los pocos que iríamos, llegaríamos después de hacer escala en la luna. (Que sería habitada de forma permanente). Viviríamos en refugios inflables. Pero el viaje no es nada seguro. Ninguno de nosotros tiene la certeza de llegar a salvo a su destino.


¿Quién heredará la Tierra?

Dichoso el hombre que ha descubierto su tumba. Porque de él será la Última Cena de los muertos. Dichoso el hombre que vive feliz y holgado en su real aposento. Porque de él será la ocasión de la muerte eterna. Dichoso el hombre que no ha dormido en un paraje oscuro, con frío y con hambre. Porque de él será el puesto que iba a ocupar Judas Iscariote en el Reino de los Cielos. Dichoso el hombre que ha vivido como un rey. Porque mañana será un mendigo y no echará de menos su recámara ni el palacio que fue su prisión. Dichoso el hombre que ha comido la comida más rica entre los muchos hambrientos. Porque de él serán las sobras de los mercaderes y comensales. Dichoso el hombre que comparte esas sobras con pobres y desamparados. Porque habrá de heredar la tierra prometida.


Los exiliados de la desesperanza

Todos los días somos expulsados del Paraíso. Vagamos por calles desiertas de árboles y pájaros. Plenas de mendigos y pordioseros. ¿Qué buscamos una y otra vez en el reino apenumbrado de la Muerte?

Los dioses domésticos sueñan con nuestra llegada al Jardín Delicioso. Pero la vida nos impone la pena de la espera.
¿Debemos seguir esperando por la venida del hombre que todos soñamos?
Los días pasan. Y nada se resuelve. Todo sigue en suspenso. O está por caer. La vida cuelga como péndola de la rama de la muerte. Y nada viene que nos haga reír y no llorar. Nuestro destino es un pensamiento que aún está por abrirse como fruto en la tierra.



¡Los que van a morir te saludan!

Nadie puede escucharlos ya porque están muertos. En el anfiteatro de los gladiadores se dice que las almas desdichadas exclaman: "¡Dios, los que van a morir te saludan!” ¿Qué nueva gracia esperan que les sea concedida
si ya murieron descuartizados por leopardos y leones?
Los espectadores dejaron de agitar sus pañuelos en señal de júbilo. La muerte en honor a su crueldad ha bajado el pulgar para siempre jamás. Ahora, ninguno pide clemencia en las negras arenas del olvido. Ya libraron sus últimos combates. Y fueron olvidados.
En los altares del César yacen casi borrosos los nombres de la tiranía.


¿Qué haremos con tantos muertos?

Entre los verdes arrozales y las palmeras de un bucólico paraje en las afueras de Phnom Penh, ocho mil esqueletos apilados en los diez piso del Panteón de Choeung Ek siguen allí expuestos al sol. "Para que nuestros hijos entiendan que los Jémeres Rojos aniquilaron a su propia gente. A pesar de los lamentos, las calaveras deben seguir ahí para que no vuelva a suceder el genocidio".

Los hombres tienen una curiosa manera de recordar a sus muertos. Con oraciones y ritos recuerdan su memoria. Conmemoran el día para que nada de lo sucedido se olvide. Ponen flores a los caídos que cada año son recordados. Pero los muertos siempre son echados al olvido. Duran muy poco tiempo en nuestros recuerdos. Cuando uno acaba muere para siempre. Similar destino ocurre a todo el mundo en cualquier parte del planeta. A fin de cuentas, lo que fallece es la carne, pues el espíritu reencarna, se hace cuerpo de nuevo deseoso de vivir el tiempo futuro.
Tal vez vuelva a pisar la tierra del horror. Y sea verdugo. O víctima. O monje que eleve las plegarias por las almas de los muertos que vagan eternamente con desasosiego. Como las que deambulan llorosas cerca de las 129 fosas de Choeung Ek.


Los museos de la muerte

La brutalidad tiene sus maneras de borrar los recuerdos. Y razones le sobra para hacerlo. Tiene sus arbustos de flores grandes para que los muertos, rumiantes, muestren y estiren su pereza bajo la sombra de la muerte. Tiene sus verdugos y técnicas. Sus cámaras de gas y también sus museos. Tiene sus adoradores y sus detractores. Sus autores materiales e intelectuales. ¿Para qué exigir entonces el desmantelamiento de los panteones y la celebración del último adiós a los restos humanos de las ocho mil personas asesinadas por los Jémeres Rojos en Camboya?

De los holocaustos sólo quedan los inolvidables recuerdos.

Pero en Phnom Penh no saben qué hacer con los ocho mil calaveras que podrían ser motivo de una cruenta disputa. Para muchos cristianos las almas de los estrangulados, sofocados y torturados en las cámaras de tortura, de los apaleados y decapitados, ya descansan en paz. Para otros,entre los que se cuenta al Rey Norodom Sihanuk, los restos mortales de esas almas que deambulan en pena por los alrededores del campo de exterminio, según la opinión de un campesino que a diario engorda a sus búfalos en las fértiles tierras camboyanas, deben ser incinerados de acuerdo a los ritos budistas.

"Hemos de liberar sus almas. O por lo menos, darles sepultura. Porque no podemos continuar exponiéndolos al sol. Si no se hace pronto y se continúa con esta macabra exhibición de calaveras, nunca llegaremos a vivir en paz".

Entretanto y mientras siguen las polémicas y consideraciones políticas que afloran en el debate sobre el destino de los ocho mil esqueletos que yacen apilados en el Panteón de Choeung Ek, el tiempo pasa y desgasta la placa conmemorativa que fue adosada como una pena inolvidable a una de las paredes del museo donde penosamente se lee: "Descansen en paz las almas de quienes aquí murieron por nosotros".


Letanía

Esta es la hora del uranio, de las pruebas nucleares, de los fragmentos humanos dispersos en el aire, de las palpitaciones y corazones enfermos, de los alegatos inútiles, de los vanos discursos, de los albañales y de los albañiles. Esta es la hora de los caballos blancos del Apocalipsis, de las alegorías, de los falsos profetas, de los golpes de pecho, de las apariciones de ángeles, y de la última luz que no se pone y nos ciega. Esta es la hora de los espejos rotos, de la sal derramada, de los desgarramientos, de la lloradera y de la resurrección de las siete plagas de Egipto. Esta es la hora de las muchedumbres hambrientas que van de una tierra a la otra sin nada que comer ni beber. A su paso van sembrando la desolación. Esta es la hora de la mala suerte, del instinto de buscar, del desamor, de la desilusión, de la desesperanza. Esta es la hora de nuestra muerte. Amén.

Nuestros héroes políticos preconizan la virtud, los pecadores la renuncia y los filósofos hablan de la vuelta al vacío. Los oprimidos enarbolan las banderas de la Justicia y la Paz.


Fin de mundo

Todos tenemos prisa por vivir. Vamos corriendo sin ver ni oír. La mano del jardinero se alejó de la rosa. La espada atravesó la dicha de los enamorados. Y los esposos abandonaron la cama nupcial. Se cambiaron de traje, máscaras y pieles, y siguieron a la gran muchedumbre que corre sin saber a qué planeta irá. Y mientras todos corremos buscando un lugar para donde escapar desmantelamos el Teatro de nuestras fechorías. Todo es un río que desemboca en otro. Las emociones se juntan de golpe y estallan. Cada estallido es una angustia que modifica al Verbo. Por dondequiera estallan alaridos y bombas. ¡Qué aplastamiento de ojos, tripas y huesos! ¡Cómo apagar con la otra mejilla lo que arde!
Detrás de los cortesanos, de los demagogos y traidores, corren los amotinadores, los sublevados, los parias de la tierra.


Fragmentos de la Tabla de la Ley

¡Cómo haremos para quitar las manchas de los espejos rotos! Rompimos todos los compromisos, menos el que tenemos con la muerte. Nacimos de un estallido. Por eso nuestro tiempo es una tempestad. Andamos desolados hablando tantas lenguas sin poder entendernos. Nuestro mundo es Babel.

¿Qué nos queda de todo lo que fuimos? ¿Qué somos ahora frente a la Gran Angustia Universal?

En el olvido los nombres serán lo pasado.

Reflejémonos en las aguas del tiempo. Quizás, si empezamos de nuevo
y cantamos en vez de llorar, tal vez, recuperemos todo lo que perdimos.


Oscuro es el camino

Oscura es la noche que guía nuestros pasos. Va y viene ese ruido de hojas trituradas, de cosas que se caen, de hormigas en hileras buscando nuestros ojos, de huesos astillándose, partiéndose en el aire, de cuerpos rodando en el suelo sangrantes, de pasos desbarrancándose.

¿En dónde está la caverna que fuimos? ¿Dónde se ve el camino de la salvación? ¿Con qué luz nos veremos en la oscuridad?

No hay mapa que nos lleve a la primera cueva. No hay camino ni luz en la tierra. Andamos perdidos, extraviados en nosotros mismos.

Como muertas están las raíces de la vida. Y a cada instante brota de adentro el animal que somos y nos devora.


La Nave de los Locos

Vamos en dirección opuesta al camino de la vida. La muerte en nosotros encuentra su grandeza. No hay mundo seguro, no hay refugio ni dios alguno allá fuera. Todo está en uno mismo. Sobre todo el infierno. ¡Cuántos sonámbulos buscan afuera, en los negros abismos del espacio exterior, las cimas de sus paraísos!

Huimos en la tierra de nosotros mismos. Sin parar marchamos hacia ningún lugar. Como gitanos sin raíces. ¿Para dónde huiremos cuando ya no quede más que el cielo de nuestro desamparo sobre nuestras desvariadas cabezas?


Ceguera

Nunca fuimos capaces de ver lo esencial. Lo cercano. Tuvimos un mundo tan cerca de nosotros, pero nos lanzamos a la búsqueda de lo que estaba lejano. Y de repente, en la más roja oscuridad de la muerte, nos vimos abandonados en el infinito, náufragos.

El destino se encargó de unirnos en la desdicha. Nos hundimos en las aguas negras de la desolación. De la desesperanza. La fe de antaño que nos deslumbraba se fue por la cañería. Lo que teníamos ganado se deshizo.
Ahora no será posible acercar el río de la vida al fuego. Ni el fuego al fango. Convertidos en renacuajos sollozamos sin saber cómo salir de la noche ni cómo desandar lo que ya no regresa.

La Barca ya partió para jamás volver y nadie preguntará por nosotros.
Ni siquiera Caronte. Nadie sabrá dónde estamos. Las estrellas se apagaron para nosotros. O se fueron bien lejos.



No cesa la angustia de ser

Es hora de que bajes conmigo a la tumba donde yace tu alma. ¡Para qué guardar los espejos donde se mira el cuerpo si toda la tierra es polvo desolado! Deja ya de mirarte, Narciso. No podrás despertar de la muerte.
Aunque abras los ojos bajo la luz de un bombillo. Es inútil soplar sobre las llamas que se apagarán. El corazón abandonó su casa. Los ojos viven en su oscuridad. Y el alma en su propio y oscuro infinito está viajando. Sola como nunca.

Un día estará de vuelta a la vida y quedará desnuda ante ti que soportas,
con los brazos descarnados, el peso de los cielos. Entonces verás su cara: tan asombrada de volver y escuchar los mismos golpes del mismo reloj que dio la hora cuando bajaste los párpados por vez primera.


En la orilla del musgo

Hoy no has visto ninguna flor, sólo piedras y musgos. Elevaste tu canto en plena noche, pero nadie te escuchó. Todos parecen estar dormidos. Aunque vuelan. De tus ojos se escondieron los muertos. El viento se lleva los alaridos. ¿Adónde fueron a parar los degollados?, ¿a qué mundo lejos de aquí?

En círculo giran los que dejaron la tierra. Se van desvaneciendo sin decir nada. No los esperes. Ponte tus alas y salta la penumbra. El camino que buscabas está allí, entre ramas. Mañana, si amanece, mirarás el sol sobre el verde follaje. Si no canta como ayer cantaba, no te desanimes.

Un día lo mirarás sobrevolar el horizonte. Si su luz se aleja de ti no retrocedas. Sigue adelante. La Palabra -que es pájaro o alma- bajará con ese viento que baja de las cumbres. Y cantará otra vez para ti.
Clave de Sol

El taciturno, el esperado, está llegando de lejos. Sus pasos resuenan en la sombra como cantos. Que nadie se vaya de la Mesa. Un pájaro de fuego comenzará a cantar ahora. Y todo volverá: el instante de los nacimientos
se unirá con el momento del adiós. No huyas de los ojos que te buscan.
No apartes tu corazón del mío, que te siente. Sin el amor falta, la casa está vacía. Lo liviano sobrevive al naufragio. Flota. Hay que dejar la ciudad desolada, el cuarto oscuro y sin puerta. Hay que encontrar otras vidas lejos de aquí, donde son vanos los intentos por alcanzar las ramas más altas.


Exilio

No habrá, ni hoy ni mañana, una nueva cosecha. A menos que sembremos en otra tierra más fértil. Todos se irán, todos ya se fueron. Abandonaron sus casas. Ya nada los detiene en este seco lugar, nada los une al terruño que muerto quedó. Abiertas quedaron todas las puertas. Nadie podrá cerrarlas, aunque encuentre las llaves. El sol se hunde en el pozo de las aguas oscuras. Todo se queda a oscuras. Inclina la cabeza en ti mismo para que se iluminen tus ojos. No hay precipicios para el alma que no puedas cruzar. Tienes que rebasar tu propia luz. Subir a los más alto para que no te alcancen las aguas.

El tiempo del exilio nuevamente ha llegado. El desierto te espera.


¿Qué somos en el aire?

Señor de los pájaros, Rey de los vientos, fuera de Ti no hay salvación. De nada sirve tener dos grandes alas y volar. De nada vale tener alma y sentir. Aquí estamos girando en el aire. Nos arrastra el viento que todo se lleva. Somos polvo desolado, íngrimas sombras girando en el infinito.

¿Cuándo llegaremos a tu Casa Caracol, soñador de sueños?

Somos hojas cayendo de un árbol invisible. Nos deshacemos en círculos, volamos sin saber nuestro último destino. Damos vueltas alrededor de un punto que no está ni aquí ni allá. En ninguna parte está, pero está.

Se agita la hierba del cielo con el paso del viento. Todo tiembla tras el vuelo de los Celestiales. Y nosotros, aturdidos por la luz, caemos, encogidos. ¿Adónde vamos?


Clamando en el desierto

Desvastadas quedaron las ciudades impías. Llantos como ríos se desbordan. Los muertos salen de sus tumbas. Reclaman sus cruces. Esta es la tierra muerta que danza en la cima de fuego. Las súplicas de los que van a morir se desvanecen. ¿Dónde está el Salvador? Voces vienen a mí como fantasmas. ¿Quién me alarga una mano y me ayuda a subir? Dios, apártame esta piedra. Quítame esta Cruz. Quiero ver el mar bajo el sol. Todo está roto en mis ojos. De la arboleda sólo quedó ese rescoldo. Hundo la cabeza en lo oscuro. En la frescura silenciosa de la muerte. La oscuridad esta noche me ampara. El desierto es mi única patria.


¿Dónde está nuestro lugar definitivo?

Nada podemos ya esperar de una mano
capaz de señalar al justo y al perverso.
Yo escribo poemas en un rincón de una casa alquilada,
perdida en la marginalidad del mundo.
Y nada espero.
¿Dónde, en qué parte del mundo
está mi paraíso?

Yo contemplo el resplandor del día casi ciego.
A la intemperie vivo.

"La despedida en lo único que sabemos del cielo.
Y no necesitamos nada más del Infierno".
Soplos que se van y vuelven



Inclinémonos y guardemos silencio.
Pidamos perdón por manchar nuestras manos
con nuestra propia sangre.

Hemos dejado en la tierra nuestros ropajes sucios.
Muros y cercas dejamos.
Tumbas y huesos dejamos.
Despojos que fueron nuestras carnes.

Polvo son los años vividos.
Olvido es el pasado.
Ninguna memoria resiste el beso del tiempo.

Siempre seremos lo fugaz, lo transitorio.
Aves de paso somos, soplos que se van
y vuelven.
Ocaso



El sol desaparece detrás de esa montaña.
Deja su raíz en el relámpago
y brilla en nuestros ojos.

La brisa recién llegada trae la vida.
Huele a tierra mojada.
Detengámonos aquí, bajo esta sombra.
Que nos refresque la espesura que cae.

Llega con el viento ese olor a ceniza.
Venimos de una tierra asolada,
hacia dónde?

¿Para qué huir si siempre la muerte nos encontrar?

Juntemos nuestras manos. Y cantemos.
Abracémonos bajo los destellos del cielo.
Aunque la noche nos cubra.
Lo que se precipita, mañana se levantará de nuevo.
Más luminoso que nunca.
El suplicio



Las serpientes nos devorarán.
El olvido es un nombre desolado que nadie pronuncia.
El tiempo arrasa con todo. Deshace los templos
y ruina es lo que deja a su paso.

Como siempre
acaba con todo lo hecho por la mano del hombre.

Día tras día trabaja sin cansarse.
Es el Ángel terribe de Dios que hace y destruye.
Día tras día.

La vida cumple su destino.
Sigue el camino que lleva hacia ninguna parte.
En la tierra todo busca la luz
a veces con los ojos ciegos.

Por eso nosotros no la encontramos.
A las puertas del alba



Solitarios tocamos el borde del Gran Precipicio.
No hay raíces que pueda sostenernos.
Contemplamos un paisaje muerto.
La noche es nuestra única aliada.

De nuevo entramos al Infierno, al otro celeste.
Expulsados del Paraíso recorremos los espacios
estelares.
El vacío en el vacío.

El Barco que nos espera naufraga
y las olas mecen el día que vuelve del estanque.

Nuestros ojos miran el cielo sombreado.
Vamos a tientas, sin rumbo alguno,
encorvados por el peso del dolor.

¡Cuánta pesadumbre nos aplasta!

¿Con qué cara miraremos de nuevo el sol
que a lo lejos aparece?
Oigamos ese canto elevándose



Gritan las aves como atadas al borde de la noche.
Nosotros nos cubrimos de hojas.
Vamos hacia el polvo del sol,
cubiertos de olvido.

Nos tapamos los oídos con cera
para no escuchar los lamentos de los que se quedan.
Como soplos recorren la tierra desolada.

Los gritos de los que ya murieron o mueren,
hacen un canto, una oración que se eleva
hacia Dios.

(Todo lo que sube se lo lleva el viento).

Se alejó el resplandor de la Campana.
¿Qué nueva estrella nos extenderá su luz
hasta nosotros que nada miramos?

No habrá alba ni crepúsculo
en estos ojos que se cierran para siempre.
Entierro



Recojamos las flores que caen sobre las tumbas.
Pronto se marchitarán
y dejarán de ser lo que son.

La lagartija en la piedra ha quedado inmóvil
mirando la hierba quemada.
Todo es desolación. Sobre los huesos y piedras
nos lavamos las manos.
¿Qué mano tiene la culpa de este deshojamiento,
de estos árboles quemándose, esta plumas sin canto?

Agua no hay entre las llamas.
Aire no hay en los pulmones ya muertos.
Mañana tocaremos la puerta que nunca se abrirá.

¿Quién vendrá a socorrernos,
a morir por nosotros?

El rostro de Cristo es un llanto en el cielo
ceniciento.
Un rayo de luna meciéndose en la horca.

Todo yace en penumbra.
Espera



Nos esperan los que están detrás de los espejos.
Apurémonos antes que sea demasiado tarde.
No cualquiera puede cruzar el cielo
como un ave
y mirar el fuego de las esmeraldas.

Sobre un muro quedaron los ojos,
quedó la sangre en medio de la calle.
¿Será recordada como el tiempo de estar vivo?

Aquí la palabra fue silencio. Nostalgia.
Cosa de familiagastada por el uso.
Esperemos un momento más vívido.

Hay muchos muertos en los caminos
oscuros.
Muchas sombras en pena,
vagando.
Despojo



Este despojo que ves entre las hojas muertas
aún conserva sus tatuajes.

Un día se ausentó de la tierra y otro viene
más aprisa.
Cae como un árbol deshojándose.
Los ojos se van quedando sin luz.

¿Adónde ira el sol, a qué tierra sin muros?

El alma del que piensa es un globo elevándose
en la noche.
Raíces que ahora son estrellas



Esas raíces que ves fueron pestañas.

¿No ves venir hacia ti
las altas luminosidades de los cielos?

Acerca tus ojos a lo que viene.
Vuela como un ángel.

Alza el rostro para que se iluminen tus ojos
casi ciegos.

Pocas veces alzamos la mirada.
Siempre andamos con la cabeza gacha,
inclinada hacia la tierra pedregosa
y seca.

Como si fuera mucha la verguenza que lleváramos encima.
Como si fuera mucho el peso que nos hace andar
encorvados.

La pesadez de la vida nos hunde.
Infierno musical



Que entre la Orquesta Celeste.
Que los músicos del Cielo afinen sus instrumentos.
Que las voces ensayen el coro de la resurrección.
Pronto iniciaremos la obra
y todos cumpliremos
nuestro último papel después de la muerte.
Llegó la hora de andar y levantarse.

No sigas soñando en el confín profundo.
Te hundirás en el cielo cuando tu afán termine.
Despierta que la luz
te guiará por el mundo oscurecido.

Para qué seguir en el infierno
si todo está oscuro.

El sol se fue para los que están dormidos.
Míralo: está sobre nuestras cabezas atolondradas.
Suspende por ahora tu carrera alada,
vuelve de los parajes perdidos de tu alma.
Lo retorcido está sobre tierra



Hay sangre corriendo sin cesar,
hay deudos.

Acerca tus oídos a la vida que mengua.
Levántate que la muerte está tocando tu puerta,
está pasando ahora
tan cierta como el aire que sopla
y suena y se desploma.
Como el cuerpo que cae.

Lo que todavía vive pronto dice adiós.
Se cansa de andar, de ser solamente
sin Dios.

¿No ves la vida brotar como una mano
abierta a la noche?
La vida continúa



La vida camina cin cesar aquí y allá.
Se va, pero vuelve una y otra vez.
Por todas partes florece como un milagro.
Como una planta en crecimiento.

Anda más lejos de tu cuarto revuelto
donde duermes plácidamente.
Es tiempo que se hace es aire que respiras.
Abre los ojos, no te alejes del día.
Por las calles se arrastran todos los que van
y van todos los que mueren.

Caen todos los que viven
y no serán consolados.
Toda deuda se paga



Un cuerpo desgarrado se refleja en el espejo.
Por sus ojos pasa la luz, también la sombra.
El fuego, que es nuestro peor enemigo,
está fraguando las gemas.

Ha llegado el tiempo más oscuro.
Lo que carcome por dentro dice un nombre
como un pasar de cuchillos por la carne,
como un sollozo,
como el sonido que hace esa hojarasca ardiendo,
como ese viento que se lleva las hojas
encendidas.

Estoy como la calle desolada.
A veces los demonios nos tientan para embaucarnos
en nuestra propia derrota.
Destino celeste



Se cumplirán los vaticinios celestes.
Nuestra es la responsabilidad de morir y vivir.

Hemos sido azotados por la tempestad
que nosotros mismos desencadenamos
con nuestros propios errores.

Aceptemos entonces nuestra suerte con serenidad.
Nuestra deuda es mayor que todo cuanto podemos pagar
con nuestra muerte.

Es preferible morir
a continuar sufriendo en la desolación.
Se acabó la ceremonia



Ya no tenemos rey. Tampoco soldados.
Hemos perdido, pero avanzamos a pie
buscando el alba.
Acudimos a la llamada del mar que a todos nos une.
La orilla de la tierra brilla en nuestros ojos.
Subamos a las barcas.

Iremos a ninguna parte.

Esas aguas desembocan en el cielo.
Dejemos que la espuma nos susurre la historia
de los viejos marineros que fuimos.

Marineros en tierra firme.
El viento que sopla nuestros pasos


El viento nos llevará. Sigamos las olas,
en alguna parte está escondida la luz
que se ve al final del túnel.

¿Y si nos perdemos en la noche?

Ya estamos perdidos, extraviados.
Bajo la lluvia ácida
se deshace la arcilla que somos.
Se cierran nuestros párpados.

¿Quién nos pondrá sobre la piedra que vimos
cuando abrimos los ojos al nacer?
¿Quién abrirá nuestra tumba
y nos dirá qué hora es?

No podemos permanecer en la oscuridad del tiempo.

Tenemos que hacer una luz que nos permita vernos
en la muerte.

Hemos visto perecer una palabra.
sin decir ni siquiera adiós.

Para morir como morimos soñamos
con abrir las puertas del mar.

Terminamos en el desierto,
abandonados, muertos.
Acércame una lámpara para verme el rostro



No es posible vivir sin errar.
Sostengo entre mis brazos
la sombra de mi país natal.

Mi mundo se balancea en el océano.
Hundidos están nuestros huesos.

No podré contemplar
desde lo alto
la grandeza de mi tiempo.
¿Qué se hicieron los que aquí vivían?
¿Adónde fueron a parar?

No quiero reverencias, no se inclinen
por favor que muerto, bien muerto.
Yo no soy el Señor.
Nunca supe de dónde venía el viento
ni adónde iba.
El verbo codiciar fue nuestra tumba



La deseada ruina no es clamor de guerra.
Desde lo alto los malignos se lanzan
como buitres.
A nosotros los afanes de ambición nos perdieron.
Ahora quedamos para agitar los remos
de sus alas.
Sobre el dolor humano ellos revolotean,
casi alegres.

Todo se cumple conforme
a los decretos de los Hados.
Ni lágrimas, ni ofrendas
ni gemidos podrán calmar
las implacables iras de los dioses.
Inútiles serán los sacrificios.
Inútiles lo fueron
en el pasado.

Nuestra marchita y despreciable carne
aquí se pudre.
Lejos de Ilión.
Ningún báculo sustenta nuestras fuerzas.
Entre tumbas nos han dejado.
Marchito está el follaje de la vida
que vuelve.
Vagaremos en la noche
ya descarnados.

¿Cómo remediaremos
lo que ahora nos oprime?

La congoja mortal nos devora.
No hay un árbol



Los caídos en desgracia,
¿cuándo subiremos tocando las campanas?

Que salte el pájaro en la piedra.
Que muera la sombra entre los giraSoles.
Que de nuestro ojos huya la tristeza
y a nuestros labios llegue el rocío.
Son altos los espejos
de la noche. Derribemos el muro.
Abramos los ojos a la tiniebla.
Porque allí está el agua: entre llamas
de zafiro, entre nubes.

Los que naufragan
con las velas infladas corren el riesgo
de morir si ver la otra orilla.
Los temores
no se hallan lejos de aquí.
Bajo mi piel laten,
se pegan a las cartas marinas para buscar en ellas
la ubicación del puerto
donde terminaré mis días.

Los que me ven
no se atreverán a ver
la ampolla de un reloj de arena
sin pensar en los bajos y arrecifes,
en el bajel encallado,
con su palo mayor abatido.
Saudade



A lo lejos
un crepúsculo es un vuelo de aves.
Me invade la desesperanza.
Hay musgos en los labios
del que murió de su propio anochecer.

¡Cuántos inviernos caen al fondo
del silencio me habita!

Mis latidos son pájaros
descendiendo. O elevándose.

El canto parpadea. Oscurece.
Desde adentro se lanza en picada.
Y es graznido
ese viento que quiere desvastarme.
Esta luz nació de una tempestad
para guiar los pasos del hombre.

En el momento del amanecer
apareció como la primera palabra.

(Ante mí se transparentan lo que es
y no es, lo que fue y otra vez será.
Las verdades son Lunas en los ojos del ciego.
Son Soles que espantan las sombras.
Yo bailo la danza
de los ebrios que volverán al desierto.
Escribo las palabras que reflejan lo que siento.
Yo no estaré con los que subirán a la Montaña.
No volveré a ver la Tabla de la Ley).
Génesis



En el comienzo
era la oscuridad. En ella sólo había agua.
Y Él estaba Solo, soñando.
No había aún hombre ni animal.
No había aves ni peces.
No había madera ni piedras.
Nada había.
Sólo Él estaba en el silencio
de la noche sin fin.
¡Era tanta su luz que reventó!

Y la vida se instaló en el espacio
haciéndose.
Pero yo no tenía lugar para estar.
Los vientos me trajeron a esta tierra.
Nada se me dio.
Sólo me fue concedido el placer de morir
y de vagar, errante.
Y el destino de morir.

Ahora miro una azucena muriendo.
Mientras el asma como ave desciende
y atraviesa mi pecho.
Mi Soledad dibuja en la arena
la señal de la cruz.

Mi alma entrecierra la puerta
para que no entre la noche.
He allí una mariposa: es mi madre
que murió. Ahora se posa
sobre la página en blanco
donde escribo un poema.
Se desespera el niño que fui.
Llora tras estos ojos
que las lágrimas perdieron.
No entreveo la salida



Es mucha la oscuridad que no veo.
Me he perdido en mi propio laberinto.
¿Cómo seré reconocido
por las aves de fuego?

No estaré entre aquellos
que se elevan sobre el mar y vigilan
el redil de la Ovejas.
El Círculo Azul pertenece a los Sabios.

¿Qué hambrientos me proclamarán
cuando llegue al día?

Vivo atento a los advenimientos celestiales.
Mas no escucho los gritos de los condenados.
Ya el sentenciado fue llevado al patíbulo.
El verdugo sólo espera la señal.
Pronto comenzará la fiesta:
resonarán los tambores y todos cantarán,
beberán, mostrarán sus desnudeces.
Embriagados se olvidarán de Dios
y de sí mismos.
Y otra vez aclamarán al Toro
que bautizado en oro será.
Fundirán sus codicias, sus deseos.
Pedirán la cabeza del Poeta y dirán:
"Que su sangre caiga
sobre nosotros
y la condena marque nuestra descendencia".

Y todos ensalzarán a Barrabás.
Lo sentarán en la silla,
le pondrán la corona del profeta que subió a la Montaña
y que ahora, al final de los tiempos,
se sienta en la mesa del Maestro.
Bajo la Luna escribo



Esta noche recorre mis bronquios.
Parece cuervo que me mira.
La Luna semeja un diamante.
Mis ojos reflejan su resplandor.
La mirada se detiene en el aire.
Se vuelve lejanía.
La incandescencia roja no me alcanza.
No veo la estrella que me transparenta.
Una sombra tiembla en mis manos.
En otra parte no se encuentra,
ha perdido su casa
y quiere dormir conmigo
que duermo en la calle.
Quiere que se alargue la noche
para no despertar.

¿En qué piedra ha de perpetuarse
la palabra que escribo
bajo la luz de una antorcha?
Ha comenzado la andanza
y no pararé
hasta verme morir.
He guardado mi sangre como un talismán
bajo esta hoja
que el tiempo pudrirá.
Yo no podré regresar.
El camino se borra.
Mis huellas se deshacen con el paso del viento.
Pájaro que cae no remonta.
En la otra orilla se rozan sus alas.
Plumaje que se vuela



Se retuerce. Suena como viento furioso.
Su fulgor me ilumina
mientras escribo los signos del misterio.
Y es la luz
que se oculta en la palabra.
Es presencia
desnudándose donde estoy
muriéndome.

El aire me hincha los pulmones.
Me voy como reflejo
tras lo que me quema.
Esto no es el fondo.
Toca este ardimiento
entre mis costillas.
Vístete con mi sombra
y sentirás a cada paso el asma
matándote.

¿Quieres alcanzar el silencio,
la quietud de la aurora?

Lo de adentro es memoria.
Plumaje que se vuela.
Discurso decadente



La elocuencia ha iniciado su vuelo
descendente
Ningún viento, ninguna tempestad
detendrá su destino.

Los enigmas cuelgan del gran péndulo.
La transparencia es vidrio,
imagen de mi desamparo.
Reflejo de unos ojos que me ven
caer
sin socorrerme.
Un pájaro se echa a morir
sobre una vieja astilla.

Doy vueltas y vueltas.
Con mis alas quebradas.
La armonía de los cuerpos se rompió.
La piel muestra los desgastes,
los cruzamientos, los días transcurridos.

Sobre las ruinas algunos se disputan la carroña.
Sólo los dioses esperan el final de la Comedia.
Abismándome



¿Qué queda de todo el vivir?

El borde es oscuro,
resbaloso.
Dejaré que caiga el baúl.
De todo me despojaré.

Sacudiré mi cuerpo,
me quitaré de encima los andrajos.
Me apartaré de mí mismo, de los demás.
Me acercaré a mi ausencia.

Aquí está el corazón. Una rosa
en el agua.
¿Cuántos dejan
todo lo que tienen
para contemplar su belleza?

Cruzar el puente no es fácil.
Nos da miedo el vacío.
Cuando intentamos cruzarlo
no tenemos el valor suficiente
y retrocedemos
hasta que un día
no tenemos más alternativa
que cruzar nuestros propios abismos.
Están aquí los terribles



Están aquí los señores celestes.
Pájaros flamígeros que nunca duermen.

Sobre nosotros brillan sus espadas
como bolas de fuego
bajando del cielo.

Y todo tiembla, tiembla.
Y se mete por nuestros oídos
ese ruido de mar agitándose.
Como a tierra que se hunde.

Y se mete por nuestros ojos,
ya ni tan asombrados,
casi ciegos,
esa luz que viene de lejos
como alguien que todavía no existe.
O que será mañana.

No se queden allí:
entren al Teatro.
Pronto apagaremos las luces.
Sólo nos alumbrarán las estrellas.
Cuando todo esté oscuro



Nadie encontrará su casa
cuando todo esté oscuro.
Todos danzarán en la cima del fuego.
Sobre nuestras cenizas
retumbarán nuestros gritos
y lamentos.

Miremos correr el río de los tiempos.
Oigamos venir la marea de los signos
y de las profecías.
Las voces delirantes de los tantos profetas
degollados
aquí se calcinan.
Pero todavía nos hablan
sin ser oídos.
Cuando termine el día del Juicio Final
todos se levantarán de sus asientos
y ya no podrán
contener las emociones. Llorarán.
Que no quede nadie allí,
ya es hora
de abrir los ojos
y las orejas al mundo que avanza
hacia su última noche.
Hay que despertarnos.
Porque estamos muertos.

Ya es hora de encontrar
en nosotros mismos
los puntos cardinales, el este
de ese Sol que en otra parte muere.
Aquí ya está anocheciendo,
y llueve y truena fuera de nuestros corazones.
(dentro también oscurece).
Aquí estamos Solos
(entre sombras)
y tristemente aburridos.
Un actor ante su público



Que alguien lea su parlamento
a la luz de una lámpara.
Que el ciego que me oye
abra las cortinas.
El mago está aquí
y hará aparecer el Jardín
que todos buscamos
inútilmente.

Que todos tomen asientos.
Ya comenzará la función.
De la carne es la dicha que otorga el dolor.
Del alma es la libertad de ser y no ser.
Del Sol la luz como el día.

Aquí está el alfabeto
que esconde el saber de los monjes.
Y está la cítara de los elegidos.
Para que vuelva a vivir la ternura
de los recién llegados.
Los dioses están bajando el fuego
que encarna Prometeo.
Todo comenzará de nuevo.

Que el Poeta regrese de la Luna
y nos entregue sus palabras.
Y nosotros soñemos en voz alta.
Cantemos
hasta que el canto eche raíces, troncos
ramas, pájaros, astros.

Cantemos hasta que el sueño
engendre lo nuevo que nuevamente será
y brote del costado el hombre que soñamos
como una espiga de la resurrección.
Todos no estamos dormidos
con los brazos caídos.

Hay quienes se levantan y gritan
y hablan y patalean para no morir.

Muchos son los que sobreviven apartados
de las muchedumbres.

Como aguardando a que llegue
la vida nueva.

Las manos del mundo están aquí,
en este mundo moribundo que resiste
a las plagas, sudorosas.

Como convocadas a la lucha terrestre.
Aunque hay miedo
y temblor en las piernas
y un latir agitado en cada uno de los corazones
de los que resisten sin dar cuartel.

¿A quién esperan aquellos que sufren
y no son consolados?

¿Qué hombre sin esperanza
dirá la palabra esperada,
a qué oído
a qué hueco con alma?
¿Víctima o verdugo?



Esa cabeza rodando ¿de quién es?

La losa está fría
y la orquesta celestial ya se fue.
Y nos quedamos tristes
inventando un concierto para la desventura.

Estamos Solos.
Cada quien en su sitio
Solemnes, serios
mientras tú duermes encorvado,
con la boca cerrada
y no escuchas los golpes
ni el zumbido veloz
que atraviesa la carne
muriendo.
Mañana polvo será.

Todavía no ha terminado la disputa
por la ansiada carroña del poder.

El incendio recorre la tierra
como mensaje de la destrucción.
Y todo arde en el opaco mundo de las cosas.
He allí los más bellos cadáveres de la víspera
desgarrados, calcinándose,
pudriéndose.

¿Y en honor de qué patria murieron?
A fin de reservarme el delicioso sabor de la muerte
con anterioridad yo mismo me flagelo,
me hiero
me desprendo las carnes de los huesos
y abro mi garganta
para que salga la sangre como un canto
y vuele en el cielo de los decapitados.
Sueño mi muerte



Me hundo los ojos y me arranco las uñas,
me desgarro.

¿Por cuál bandera muero?
¿Qué ideas de qué asesino defiendo?

Bocas sangrantes
amarradas en los oscuros ghetos del dolor
piden agua a sus torturadores.
Y reciben torturas,
golpes y escupitajos.

Da vuelta la noria
y se mueve el engranaje.
Y ruedan sin cesar las ruedas del tiempo
arrastrándonos hacia la noche que anda,
que viene
hacia nosotros.
(¿O somos nosotros los que vamos?

De nuevo se hace en mí
el comienzo confuso
de otro siglo, de otro milenio.
Y el mundo sigue andando conmigo,
vagando
despierto, haciéndose
menos generoso que ayer.

Y yo,
que todavía no he cumplido los noventa,
recuerdo a los romanos, a los griegos ilustres
entre la puesta y la salida del Sol.

Estoy también andando,
casi a ciegas
tras la órbita de un astro
que formó mis huesos
del polvo de sus ojos.
Cubierto de moscas y gusanos



Mis manos atenazadas,
heridas
no gozan de los privilegios
que gozan los célebres verdugos.
Ellos poseen
los títulos nobiliarios de la extinta nobleza.
Mi alma anda vagando sin domicilio,
sin techo.

Mis ojos ven sólo manchas rojas
y muertos en su estado natural.
Este cuerpo que se rompe
cae,
desmayado de hambre.
Estas desgarraduras me duelen
así como estas llagas sin nombre.
Y qué hago con estas ganas de gritar
que ya no puedo.
Y con estas rodillas sangrantes
que me hacen bajar la cerviz
y con estas manos clavadas
sin Luna y sin Sol.
Qué hago yo con estos jirones de piel
desprendiéndose.
Con este lodo en mis labios
y esta sed que no aguanto.
La muerte me hace bajar la cabeza.
Caerme ante los pies Solemnes del tiempo.
¿Es que nunca existirá
el Hombre Nuevo bajo los cielos?

¿O que acaso está
cubierto de nubes
ajeno a las gentes
que se dividen el mundo?
Me vuelvo aire, aire Solamente



El agua caliente
sale de mis carnes
y salgo otra vez
libre.
Ya no me aprietan las vendas
aunque sudo
y grito.
No tengo padre ni madre.
No tengo descendencia ni patria.
Mis carnes se hacen agua
y mojan la tierra.
Mi alma es cielo.
No es raíz.

Tanto amé la muerte
que el día de la partida
mi alma voló por la ciudad.
Como mil Soles voló mi alma,
abeja de mi duelo.

Ahora a mi cuerpo se le caen los cabellos
las carnes, las uñas.
Ya no me duele esta vida
ni siento los golpes,
no me quema la sal
ni me arden las heridas.

Todo lo terrestre acabó para mí.
En el cielo



No encuentro la puerta.
Ruina es lo que hay por todas partes.

Gira lo fugaz, el cielo
en medio de las sombras.
Fui ave de paso
en esta tierra que me sobrevive.

Bajo del monte celeste.
No caigo. Camino el vacío.
Rompe la luz de ese torrente,
de esa hierba que canta sobre mi pies
y se desliza como serpiente.
Estos son presagios
que vi en la pluma del Halcón.

Abrí la puerta. Pronto regresarán.
Ya es hora
El ocaso enlaza los claveles.
Aquí estoy contigo
que duermes
y no me escuchas
ni me sientes.

¿dónde estás,
en qué aire vacío
sin charco de sangre?

Como escondida serpiente
vigila la Sombra
en el cielo
en fuga.
A la muerte ¿quién nos lleva?



Al cielo de los ángeles,
¿quién nos conduce?
A este vacío de sombras,
¿quién nos arroja?

Ninguno de nosotros puede mantenerse
durante largo tiempo en la tierra.
Porque la muerte de esta vida
no está en las alturas
sino aquí y allá,
abajo
y no encima de las elevadas montañas
de los dioses.

El grito del mundo va
al encuentro de Dios.
Hacia Él un día emprendió su camino
con la esperanza de llegar a su primera morada.
Hoy no cierra los ojos.
Su alma angustiada
no deja de arrastrarse
sobre el polvo de las serpientes.
Extranjera
una y otra vez
llega a la otra orilla
del mar de los mortales.
Y no se deja,
no se aquieta.
Su destino siempre es un viajar,
un irse, un embarcarse
hacia otros caminos.

El alma del mundo no vive
si no cambia de piel.
Nosotros mismos vamos
hacia nuestra propia casa.
El miedo es nuestro enemigo



La desgracia aúlla como hiena
en el corazón de los que retornan.
Hay miedo,
miedo de morir,
de caer en lo oscuro
en el aire
que resplandece como la primera hora.

Lleva el fin en su espalda
quien por amor debe morir
o matar lo que ama.
Aún el guerrero calla
desde su tumba fría
temeroso de verse
en el fondo de lo que se dispersa.

¿De qué muerte nos refugiamos?
¿De qué manos oscuras
nos escondemos?
Otra vez Prometeo



Todos salimos de aquí,
de viaje
hacia la tierra extraña de los que sueñan
su última cima.

Por eso,
por no poder huir de lo que nunca se evita
pienso que de nada servirá que me esconda,
que me vaya.
Mis enemigos me atarán otra vez
a la piedra.
Me torturarán como lo hicieron ayer,
me quemarán los párpados
la boca, la sien, los pensamientos.
Me colgarán con la cabeza hacia abajo.

Y de nuevo estaré en el vacío de la nada
sumergido en el dolor de mi estirpe.

Otra vez
retornaré a mis propios abismos.
Mírame el rostro que es el tuyo



Si tuvieras despierto
y sintieras mi mano y me oyeras.
Si dejaras de dormir
y te quitaras esa muerte reciente
que te cubre como un velo celeste.
Si me reconocieras
y te fueras conmigo que te llamo
desde mi corazón en penumbra.
Si dejaras de andar
por el vacío de los Solitarios
y te vieras los ojos en mis ojos
antes que el viento se volcara.
Si en vez de llorar
te quitaras el luto
y lanzaras al mundo tu último llanto
como un riesgo.
Si en vez de llevar la Luna en la frente
como una maldición
como noche que devora
encontraras en ti un Sol ascendiendo.
Si al menos dejaras de buscar en la ausencia
para irte conmigo
que soy quien te llama desde los párpados
de la propia vigilia.

Si dejaras de irte hacia atrás y me hablaras
sabrías que soy yo tu refugio.
Pero todo es silencio. No hay palabras.
No hay respuesta, no hay asombro
en tu mirada muerta.
Los desgarrados están Solos en la tierra
y seguirán
cayendo,
levantándose,
huyendo de las feroces fieras
que no duermen ni dan cuartel.
Son uñas y dientes en la carne
de la muerte.
Seguir es la consigna



Ha llegado el momento de volver al discurso
de la primera hora.
No podemos caer.
Estamos fatigados,
pero hay que seguir, seguir,
escalar esa Montaña que no vemos.

Llegaremos
y ya en la cúspide, descansaremos
libres al fin de nuestras ataduras
y de todos los dioses.
No seremos los últimos
ni los primeros en llegar.
Nosotros hemos cruzado el desierto,
exiliados
y lo seguiremos haciendo
hasta el último día de la llegada final.
(¿Tendrá esta historia
un final feliz,
tendrá una llegada
final? ¿Seremos los bienaventurados?)

No más cercos.
Me propuse saltar por encima
de mí y salir del Laberinto
agarrado al Hilo de Ariadna.
Me propuse dejar los harapos
y las malas costumbres de mis antepasados.
Ya me despojé de los dientes feroces
y de las carnes colgantes.
En la tierra me preparo
para abandonar la ciudad
de los caídos.
Ave no seré, aunque dos alas me elevarán.
(Y dijo el actor: "nunca podrán evitar que el hombre
sueñe. Porque siempre tendremos
dos alas
para remontar los cielos de los mercaderes".)
¿En qué lugar cae la gota de esmalte?



La muerte y el duelo nos habitan.
Y hay codicia y tumulto
y seres apegados a las cosas
que no son suyas sino del tiempo.

Y todos dicen angustiados: compraré y compraré.
Y todos quieren comprar y vender
y no tienen dinero para comprar lo que se vende.
Y todos quieren matar y robar por comprar y vender.
Pero nadie quiere morir.
¿A quién sacrificaremos
para que Dios nos otorgue las monedas?,
dicen en coro
las ovejas descarriadas.

Los tesoros del César deslumbra nuestros ojos.
En esta hora el Sol se levanta
y la hierba se inclina
en el espacio
como un regalo de la naturaleza.
El trigo busca la luz sumergida
en la semisombra de la mañana
sostenida en lo alto.
No caerá la espiga: vive agitándose
movida por el viento
que hace su tarea transportando la vida.
¿Qué somos después de muertos?



Nosotros creemos ser dueños del mundo
y no tenemos ni siquiera libertad.
Nuestro corazón tiene muchas fronteras.
Y verdugos.
Y mercaderes dispuestos a ofrecer
unas pocas monedas por nuestra alma
que tan poco no vale.
Levantamos nuestras manos encadenadas
y nuestros rostros encubiertos.
Pero no vemos a Dios.

Un día, escribimos,
caerán los muros que crecen delante de nosotros.
Toda la humanidad se prepara
para la primavera.
Pero primero vendrá el otoño.
Y la llegada del tiempo
que será de la sangre.
De las ruinas brotará
nuestro mañana
como algo ya cierto.
La mentira comenzó a corromperse



Pronunciemos el nombre que llevamos oculto
para que nuestras palabras sean la verdad.

Todo no fue consumado.
Un nuevo Dios está por nacer.
La señal de fuego ya se anuncia:
una llama
es el veredicto de los dioses
que nos vieron crecer,
caer y levantarnos.

Impidamos que nuestros párpados se cierren.
Hay que ver la luz del nuevo día.

Vigilemos el vuelo de los pájaros
que cantan el presagio feliz.
Cuando amanezca
huirá la congoja.
Bebamos otra vez
el agua que nos revivirá.
Y juntemos
nuestras almas para que sean una Sola.

Habrá júbilo.
Nuestros corazones rebosarán de alegría.
Nuestra risa despertará a los muertos
que esperan por la resurrección.

Cuando hayamos unido nuestras manos
acabará la desdicha.

(Esto es un canto al optimismo.
Por aquello de que no es bueno
hablar de la horca en la casa del ahorcado).
Lo que vendrá



Será muy distinto a lo que es.

Nada será igual.
Todo fue dispuesto para que sucediera.

Levantemos la cabeza. El cielo
está lleno de presagios
y signos.
Hay que prepararse para vivir
(y morir) el tiempo que vendrá.
Los primeros días serán de dolor.

Después vendrán las horas del canto
y del gozo.
Nuestros brazos sostendrán las columnas del Templo
que es la Casa de la Tierra.

Y el nombre del que fue
habitará entre nosotros
como lo sagrado.
Despertemos todos
porque en este instante
todo vibra,
todo late como cuando al principio.

Los pensamientos de Dios
encarnarán en nosotros.
Pero es preciso abrir los ojos, despertar.
Si todos despertamos a la vez
nacerá el latido de la vida.
Ha comenzado el discurso del que quiere vivir



El espejo está roto,
pero queda el futuro incierto.
Y la vida que viene,
latiendo como parte del Fruto Celeste
arde entre nuestras manos como la gloriosa lámpara:
he aquí el signo de seis vértices.
He aquí la flama equilátera,
el agua bautismal bajando por el camino oscuro

La serpiente sale del templo caído y ríe
y su risa no alumbra, oscurece.
Sus ojos son rojos
como bocas del Dragón.

Encendidos levantan, resucitan
nuestros monstruos.
La oscuridad
es el principio que abrió nuestras bocas.

Pero hay que detener
el crecimiento de los musgos
y la invasión de los hongos
que prolongan los labios.
Hay que decir las palabras
que matarán la desdicha.

Para que brote la luz que se hace Verbo
en nosotros.
Hemos sido incapaces de mirar



Lo esencial es saber ver.

Un caballo relincha en una jaula.
Míralo: empuja los ojos de tu corazón
hacia él.
No te apartes de su sufrimiento
que quiere volar.
Toca su deseo para que no se muera.
Porque hay tanta hiedra y sombra
allá y acá.
Y es preciso cambiar la liturgia.
Volver al ritual de los hijos del Sol.

Estamos cercados por un muro,
replegados
bajo una espesa corteza
y sin embargo
las grietas del cielo se abren.
Los que en la noche se han perdido:

¿cómo podrán encontrar
al que se fue?

Dios está oculto,
no oye nuestras voces,
nuestros lamentos.
El agua es piedra en la roca de los cuervos



Me balanceo sobre la marchitez.

La fiebre no me matará,
ya estoy muerto.

Oye esas voces, esa risa, esos quejidos.
El monstruo abre las boca.
Me busca repitiendo todo lo que pienso.
En el pasado destruyó
lo que hice.
Es mi sombra, mi peor enemigo.

Y esta carne tiembla.
No te debilites alma.
Aguanta. Porque no ha llegado el momento
del adiós.

¿Qué encrespamiento de ola
no es un estallido?

Tengo que retroceder,
alejarme de la raya amarilla
y evitar ese Ojo que me mira
que me refleja
caído
entre sus fauces.
Lo transitorio sueña sobre el polvo



¿A qué dioses
ofrendaré esta piedra
y este tronco quemado?

Este destierro es la muerte.
Abro el libro de los equívocos
y leo entre signos de ceniza.
Al que tocó la puerta dos veces
nada le fue revelado.
Dice el ángel:
era un falso profeta

Se van los mensajeros.
Y yo me quedo extraviado, sombrío
con esta pesadumbre espiritual que me derriba.
Tal vez
sea necesario tocar fondo.
Tocar lo que no tiene orilla.
Los sueños quedaron sobre el vidrio
Todo fue un espejismos. Me desinflo.
mientras tanto mis ojos recorren
los ámbitos celestes
deSolándome
sabiéndome olvidado, o mejor:
abandonado a mi suerte.

Arriba, sólo queda el celaje.
Lo oscuro, el puro ser viviente,
la noche que desciende
cual halcón sobre su presa.
Los ojos son la certidumbre del cristal



Los espejos de las hojas
mueren de lejanía.

La esquila de agua
comprime contra una rosa su cuerpo.
Un gusano encorvado
se introduce en un dedo.
Hay toques de campanas.
Hay poca luz. Un rayo cae,
atraviesa los ojos.

¿No reconoces su paso?

Escúchalo, va por la sombra,
como si fuera un rey.
La Luna ilumina su larga cabellera.
Las puertas se abren.
(Dirás: este es un poema simbolista.
Mientras a lo lejos
alguien hace sonar una flauta.
Un oboe. Luego un violin.
Verás a dos bailarines entran en la escena.
Se elevará el tono: sonidos graves,
agudos hacia arriba,
hacia abajo.
Después escuchará una voces.
Y volverás a decir, muy tranquilo:
"sigo insistiendo que esto
se parece a un poema simbolista".
Ya viene el que nos salvará



Ha llegado el Elegido, el que nos salvará.
Por fin ha acudido a nuestro llamado.
Aquí está como tañido de flauta.
Resplandece su presencia.
Las hojas se abren a la noche.
Las plantas deSoladas florecen.
¡Aleluya!
Un Angel sostiene la balanza
donde nos pesarán.
Otros sacan sus espadas como rayos.
Las cruzan para que pase el Rey de Reyes.
(Tres trompetas suenan. Dos Clarinetes.
Luego se hace un silencio. Los muertos
Vuelven sus rostros. Todo él es blancura.
Alicaídas las almas se levanatan.
La muerte se hunde con su propio peso).

Que las brasas calcinen las sombras de la maldición.
Dice el Coro.
Nuestras heridas dejarán de sangrar.
El tiempo es este día revelado.

Un punto de Reposo. Para que se duerma el corazón.
Ese paso vacilante, ese golpe de ceniza,
ese sueño en el aire, esa sangre en la boca
son signos de los sobrevivientes.
De los mutilados.
Una flor resurge de la más profunda tiniebla.
Y la Voz del Coro sube sube sube sube
hasta alcanzar la cima de la pureza.
Allí se hace vuelo bajo la claridad.
Abajo quedan las ruinas entre llamas.

Las aguas reflejan el vacío.
Las pagonas abrazan los templos
El reino no es humo entre los huesos.
El reino no es flama
Es corazón.
Lo desconocido es el camino



Oyeme. Aparta la polvareda
y abre los ojos.
No ocultes la herida.
Si a veces sientes la vida tan amarga,
no te niegues a vivirla.
Habla de tu orfandad.
No la escondas debajo de tu pecho.
Bienaventurado los que hoy sufren
porque de ellos
será la luz del Sol.

(El Exterminador mira entre fulgores.
Sostiene en su diestra el filo de una estrella).

La noche humedece mis heridas.
He olvidado mis hábitos domésticos.
Ya no sé lo que soy,
perdí mi identidad, mis credenciales.

Sentado sobre los restos de mi civilización
veo pasar a los sobrevivientes.
Ese niño que llora soy yo

¿En qué libro de estampas
se quedó mi alegría?
Vamos hacia atrás



Lo oscuro cierra el compás.
Por un instante
detiene los movimientos.
Y otra vez cambia de rumbo.
Se desplaza
dentro de un torbellino,
ondulando, descendiendo.

Y todo grazna.
La pesadilla es nuestro presente.

¿Quieres abrir el espacio
que recorrerás?

Se muere todo lo que viví.
Lejos está la Montaña. El Ojo
entre nubes.
Caen los últimos fulgores.
Es hora de regresar a casa.
La mía se oculta entre los montes.
Es la intemperie.

¿Cómo encontrar el sitio
donde sueñan las piedras?
Cantan los guijarros



Son aves, son olas que vuelven al mar.
El mar susurra entre las piedras.
Y otra vez oigo el golpeteo
y esos susurros
y esas hojas cayendo.
Es blanco el camino de vuelta.

¿En qué tierra esconderme?

La puerta se abre sobre el agua.
Vuelvo los ojos a la sombra.
El fuego es aire calcinando
los pasos.
Las señales fueron confundidas
para que me perdiera
y me perdí.

Ahora el alba cubre los volcanes
de adentro.
Tendré que caminar sobre las ruinas
calientes.

¿A cuántos naufragios
no he sobrevivido?

Hay almas que no resisten los tiempos,
que se aferran al vacío
porque temen vivir.
No se puede esconder una ciudad
situada sobre una montaña.
No se enciende una lámpara
para esconderla en un tiesto.
El abismo es la casa del unicornio.
Despierta corazón. El Sol
ya se eleva. No esquives el vacío.
Enfréntate a la noche.
No es blanca la profundidad,
pero tú eres la luz.
Ahora el musgo cubre el muro del engaño



La vida está sumergida,
no en la luz sino en la sombra.
No habrá resurrección.

La Luna como un conjuro se acerca,
quiere hundirse en mí,
desvanecerse, hacerse carne,
pensamiento.

Y mis ojos se abren,
se desprenden como si fueran rayos.
Una flor es la eternidad.

Los sueños atraviesan los cristales.
Bajan la cuesta.
Son cantos entre las ramas.
Lo escrito otra vez se precipita.
Se hace silencio,
el poema.

En la hoja en blanco crecen los abrojos.
Y pétalos de lirio como lucen que pasan
son los versos.

Tu palabra está destinada al olvido.
Sólo la memoria que es alma
permanecerá.
Buscamos el bosque



Atravesamos la desolación.
Nos pesan las alas.
Buscamos los árboles, un río,
un horizonte más claro.
Pero sólo hay mar, desierto
y zamuros volando
encima de nosotros.

Nos sumergimos
en la arena caliente.
¿Dónde hay agua? Y las aves, ¿dónde cantan?

Sueño la fresca hojarasca.
Huimos, lejos está la ciudad devastada.
Entre los pasos resuena el vacío.
Todo se aleja en vez de acercarse.
Somos pasajeros en tránsito.
Larvas inútiles

Se confundió el pájaro con el vuelo.
Y siguen los gusanos mordiendo el ataúd.
Mira nuestro semblante.
A lo lejos
el que ha perdido su casa se detiene.
Vuelve su rostro
y mira la sombra del mundo que dejó
atrás.

Allí nadie lo espera. No obstante,
su corazón aguarda lo que viene.
Pero adelante nadie le dará la bienvenida.
Todos están bajo tierra, entre el humo
y la noche.
¿Qué golpe de huracán nos lleva?



Qué torbellino, qué lluvia escarlata
nos deshace.

El espejo retiene el último paisaje.
Los pasos resuenan, pero ninguna puerta se abre
La campana está vacía. Se cansó de tocar.
Ya no tañen y acaban de irse los custodios.

Toco un peñasco, la ceniza caliente.
Nada atisbo que tenga vida.

Más allá brilla un charco de sangre.
Cruzo, sigo la huella de la horda
que huye sin saber adónde ir.

No te detengas, sigue.
No vuelvas la mirada.
No te puedes volver.
Lo que se queda atrás
está muerto.

Tienes que partir, decirle adiós a la ausencia.
El camino será una luz extendida,
abierta a tus pasos.
Llévate la palabra
y un pedazo de tierra en los bolsillos
para que nunca olvides.
Para que siempre recuerde la deSolación.
Ahora la Luna está cayendo en el espejo.
Y las escorias se iluminan.
Los árboles sin hojas se inclinan
casi sobre el agua.
No hay nadie que guíe nuestra nave al puerto
seguro.
Si no despiertas,
resbalaremos sobre el oscuro lomo de las olas.
Bordearemos el abismo, cielo abajo.
¿Dónde levantaré mi casa?



Sólo el sonido del viento
toca esta piedra calcinada.
Todo arde, se vuelve ceniza.
Polvo solamente.
He allí los escombros humeantes
de la ciudad que amé.

No seremos los mismos.
Partiremos otra vez
tras aquellos que sueñan
con contemplar el resplandor
de una tierra no vista.
Siempre habrá un paraíso
en el corazón del hombre.
Que nadie entierre en el camino
su esperanza.

No moriremos
de la despedida.
El último adiós no existe.

Que ninguno de los que ahora se van
llore por sí mismo. Porque volverá.
Que lo haga por lo que atrás
se quedan, sufriendo.

Los muertos enterrarán a sus muertos


Unas últimas consideraciones desde la muerte

Para los muertos la vida ya no es una quimera. Las virtudes humanas en el cielo no
tienen la magnitud del odio. Son insignificantes en la cresta del fuego. Rotan como migajas, como trozos sanguinolentos. Son silbidos, soplos que se deshacen en un ir y venir. Los pasos por las calles celeste no huyen de los proyectiles ni las bombas. Los sollozos y gritos de los que muertos quedan vuelven al sueño de los que inventan la pesadilla. De las mutilaciones no se esconde el Ojo del cielo, no baja su párpado. El reflejo de esa rosa que muere se proyecta hacia arriba desde el espejo de Dios.

Ninguna fortaleza quedará en pie. Una generación va hacia el olvido y otra generación viene para también morir. Lo único que quedará del hombre es la escritura que revela la imagen viva de lo ya muerto.


NOTICIAS SOBRE NESTOR ROJAS:

NESTOR ROJAS (Venezuela, 1961). Nació en El Tigre, estado Anzoátegui, Venezuela, el 27 de febrero de 1961. Es licenciado en Educación, Mención Literatura, con postgrado en Letras y Filosofía. Se desempeñó como Coordinador de Redacción del periódico "Mundo Oriental". En 1993 ocupó la Dirección de Cultura de la Alcaldía del Municipio Simón Rodríguez de El Tigre. Fue director del Centro de Actividades Literarias CAL, coordinador de Formación y Promoción del Centro de Estudios Literarios de la Universidad Nacional Experimental de Guayana y Coordinador de las páginas culturales de los diarios El Expreso y La Tarde, en Ciudad Bolívar. Ha sido colaborador de diarios y revistas de su país y del exterior. Es autor de los libros de poesía: Transfiguraciones (Fondo Editorial Miguel Otero Silva, 1988) Sepia, (Fundación "Rómulo Gallegos, 1992; Diario de El Fulmar (Monte Avila Editores, 1993); Ocre (FUNDARTE, 1994); Los Trabajos del tiempo (Fondo Editorial de la Secretaria Sectorial de Cultura del Estado Aragua, Maracay, 1996); Hexagramas del vértigo (Fondo Editorial Miguel Otero Silva del Ateneo de El Tigre, Estado Anzoátegui), Archivo apócrifo por correo electrónico (Fondo Editorial del Caribe, 2004), En Trance de mudanza (Editorial el Perro y la Rana, 2008), Antología de la Poesía comentada del Orinoco (Editorial El Perro y la Rana, 2009). Estudió Letras y Filosofía en la Universidad Autónoma de México (UNAM), donde además cursó estudios de Literatura Contemporánea. Realizó estudios de Literatura Irlandesa en Irlanda, Dublin. (1993-1997), en Barcelona, España y en París, donde participó en la Sorbona, en el Encuentro de Artistas Latinoamericanos y europeos, con destacados intelectuales venezolanos, franceses y mexicanos. Acompañó a la representación de Venezuela que participó en 1995 en el Festival de Biarritz, Francia.

Su trabajo creador ha merecido premios y menciones en diversos certámenes literarios nacionales e internacionales, entre los cuales destacan los obtenidos en el Concurso de Poesía "José Ramón del Valle Laveaux", de la Dirección de Cultura del estado Bolívar, Venezuela, 1985, con el poemario Friso de Máscaras; Mención en el Concurso de Poesía de la Casa de la Cultura de Maracay en 1987, con el libro Revelaciones; Mención en Concurso Nacional de Poesía "Marco Aurelio Rojas" de la Universidad de Carabobo, en 1989 con el libro Poemas al pie de página. En 1992 obtuvo la Primera Mención Poesía en la I Bienal Nacional de Literatura Mariano Picón Salas de Mérida, con el poemario Ocre. En el año 1993 se hizo acreedor del Premio de la Bienal de Poesía de Guayana con el poemario Correspondencias Formales. En 1994, su libro Los hexagramas del vértigo, obtuvo el premio de poesía de la Bienal del Ateneo de El Tigre, Casa de la Cultura Simón Rodríguez. Con el libro Diario del Fulmar fue mencionado en el concurso de poesía Fundarte, en 1989. En 1996 obtuvo la Bienal Mención de Honor en el Concurso de la Casa de la Cultura de Maracay con el libro Los Salmos de Esbeel. Obtuvo el Primer Premio en la Bienal Literaria Mención Narrativa, del Ateneo de El Tigre, 1995, con el cuento Archivo apócrifo por correo electrónico. En 1996 se hizo acreedor del Primer Premio de Poesía de la Bienal de Maracay con el libro Los trabajos del tiempo y de la Bienal de Escritura Mención Poesía Ramón Palomares del Ateneo de Skuke, con el poemario Héctor en el Jardín del Infierno.

Colabora regularmente en periódicos regionales y y nacionales. Su nombre aparece en varias antologías de poesía latinoamericana, incluyendo una preparada por el reconocido crítico Julio Ortega. Su trabajo en Artes Plásticas es conocido en el extranjero. Se desempeñó como Coordinador de Cursos y Seminarios del Instituto Superior de Artes Visuales Armando Reverón de Ciudad Bolívar, donde facilitó los cursos de Ortografía, Redacción, Oratoria y las Cátedras Filosofía del Arte e Investigación. También se desempeñó como profesor de Oratoria, Ortografía, Redacción y lectura crítica e interpretativa en la Universidad Nacional Experimental de Guayana.

Realizó una investigación, patrocinada por el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) sobre la Poética y Voces del Orinoco: para una antología del río. Es director de Fundación Poesía, en Ciudad Bolívar. Es miembro de la Asociación de Escritores de Venezuela y la Red de Escritores de Venezuela.

Néstor Rojas ha compaginado su labor de escritor, docente con la de artistas plástico, donde ha participado en varios murales en Ciudad Bolívar como exposiciones colectivas.

Exposiciones individuales:

· Exposición Pictórica “Rostro y metáforas”, realizada en el Centro de Artistas de Irlanda, el 15 de febrero de 1998.
· Exposición Pictórica “Hierbas verdes cascabeles de petróleo: pájaro Chimire”, realizada en el Centro de las Artes el 30 de Julio de 1999. Ciudad Bolívar, Edo. Bolívar.
· Exposición “Más-caras”, Galería de Arte Doménico’s Memorys, 20-12-2000, Ciudad Bolívar, Edo. Bolívar.
· Exposición “Kaleidoscopio”, Salón BaoBab, Tony Bar, Ciudad Bolívar 2008

Exposiciones Colectivas:

· Colectiva Plástica Utopía-S, Instituto Superior de Artes Visuales “Armando Reverón”, 16-93-2000, Ciudad Bolívar, Edo. Bolívar.
· Colectiva Plástica “Por la Señal de la Cruz”, Instituto Superior de Artes Visuales “Armando Reverón, 18-02-2001, Ciudad Bolívar, Edo. Bolívar.
· Proyecto Isavar. 26 Salón Nacional de Arte Aragua, Museo de Arte Contemporáneo de Maracay “Mario Abreu”, 2001.

Néstor Rojas, durante más de veinte años, se ha dedicado a realizar cursos, seminarios y talleres de ortografía, redacción y oratoria en varias universidades y estado del país. Tiene varios libros publicados sobre el lenguaje y su eficacia comunicacional.

Actualmente es profesor en la Universidad de la Fuerza Armada (UNEFA), en la UBV y Director de Turismo de la Alcaldía del Municipio Heres, estado Bolívar.

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