domingo, 13 de diciembre de 2009

EL AURIGA CELESTE



Las habilidades del auriga


Néstor Rojas


La centella

Una curva en fuga se refleja en el espejo. Aquí llegamos para que no queden secretos entre su cuerpo y el mío. Yo quiero que ella me tome de rehén, que me esclavice al placer. Que me haga volar sobre sus labios carmesí.

Un relámpago ilumina sus pensamientos. Yo aprieto sus manos con fuerzas. Y ella se echa hacia atrás, con la boca abierta y los ojos cerrados. Y salta cabalgándome. Y bailan sus pezones negros. Grita. Suda. Su respiración se acelera. Oigo sus temblores, los golpeteos de su corazón. Se mueve más a prisa, sin control. Vuelve a gritar y yo lo quierp así, que grite, que grite. La trabajo despacio, con precisión.

Mi sudor cae y resbala por su piel, por sus senos agitados, también sudorosos. El olor a semen sale de sus poros abiertos.

Está en trance, mueve sus nalgas y caderas. Es un remolino de carne partiéndose en orgasmos, saliva. Se mueve, se agita, gime, es yegua galopando que me muerde, que me rasguña, que me jala los cabellos, que grita mi nombre.


El reflejo de Dios

La veo en el espejo: estoy aquí, sobre su cuerpo. Agachado bajo sus piernas. Doblado, retorcido, precipitándome, mojándola. Ella gime, grita y mi lengua es voraz sobre su sexo húmedo y oloroso a semen, se hunde y vuelve a salir, toca los pliegues de su vulva. Es salada su entraña, me embriago. Siento que la cabeza me da vueltas entre sus muslos. Y ella sedienta, deseosa. Iluminada de deseos.


La confusión

Ahora es ella la que lame mi miembro. Pasa su lengua entre mis piernas. Las suyas están separadas, ardientes, temblantes. La cama chilla, va y viene. Las almohadas caen al suelo. El cuarto huele a mar. La toco allí. Mis dedos son suaves, suaves.

La semilla va creciendo. Mi cuerpo se llena de cantares. Y es dulce, placentero el consuelo que me da.


Continuidad

Entreveo el poema, es sueño que se envuelve, reflejo caracol de cristal que atraviesa la esfera, deseoso. Y es piedra soñada el reloj de obsidiana con olor a durazno.

Llego a destiempo sin bulla. Sus ojos brillan como gemas y reflejan la luz, como pozos con lluvia, con sol emplumado, cayendo, quemándome de tantos deseos.


Imagen

Su sexo es algo más que un ámbito magnético, es flor viva, palpitante. Y es palabra que engendra el misterio invisible que a veces se hace alrededor de sus senos que se mueven como si dieran vueltas, eludiéndome. Y yo vuelvo los ojos y me ensueño sobre ella, llego a lo límites, me extiendo y no me detengo, sigo el viaje, extraviado en su cuerpo.


Cúspide

Los tiempos desembocan en mí como reflejos de ámbar. Cómo captarme sin alma en el áureo vacío de su ser. Se moja el papel de la duda: pero ella conoce la pena de los trovadores.

Me estoy en el paisaje secreto, dadivoso. Suerte la mía, la de mis pensamientos que la tocan, la sienten. Esta es la fiesta en el cielo colmado de sol bajo la lengua.

Yo sigo debajo escuchando el gotear. He aquí la enunciación, el sueño. Corre mi semen entre sus piernas como río.

Ella piensa en ese cometa que vieron mis ojos. Se ve batallando en otra parte. Y turbada por los pensamiento, que enamorados vienen, frágiles, se tropieza con mis gritos livianos.


El acecho

Esta tierra es pájaro, aire herido. Cúbreme de viento, llévate la hora de los desgarramientos, déjame aquí en la aridez, en el polvo de la ausencia. Cúbreme resplandor que la noche me sigue y es sombra la luna que me espera.


La retirada

Y oigo el rumor de las hojas y los pasos que huyen en el papel, ensangrentado y la palabra estallando no hay nadie no hay animal ni hombre. Se fueron todos, no hay nada. Casas quedaron vacías ni una flor en la mesa. Solos quedamos sólo tú y yo en esta tierra.


Los amantes

Acércate más, toca la boca del pozo, quítate el velo. No hay temor de pecar, toma el agua bendita abre tus labios, morena, yo no soy el zarpazo. Entreabre el capullo, ávido de mí. Largos fueron los días de espera, y no me espero más porque me desespero, acércate, acércate, ya la espiga te busca el pozo sin asidero, la hendidura.

La posesión

Con la mano extendida, con el aire en el pecho. No me importan las hierbas, acuéstate, mira mi cielo barranco, no me hables de muerte, llama en la oscuridad, yo hundiré mi cabeza, avestruz. Y te diré la palabra que me quema, me quema, más adentro me fluyo sonoro me envagino el tubérculo.
El desfiladero

Te aprieto los pechos, sigo la línea, el canal tobogan. Qué tocamiento, me deslizo de cara al lunar, esto se ahonda, sístole y diástole, cómo se expande, trágame agujero, negro agujero, arrástrame que me estoy en la orilla y no tengo raíz, ser demoníaco ciego iracundo, arrástrame, flor carnívora que se abre.


La confusión

De la tierra al vacío, extraviado, desnudo mi ser jubiloso, esto que soy no se quiebra, renacido me ofrezco deseante, tiemblan tus manos, los latidos se agolpan, suben fluviales que avanzan, se deslizan sin cesar, surtidor, catarata. Y los verbos son plumas, plumas de paloma. Siento el temblor de la carne, fiebre en llama.


La centella

Se hace húmedo como pez como alga, no es fulgor, es deseo. Y el poema refleja, hay calor, no detengas el ritmo, no detengas el cuerpo, gírate por detrás que soy el viento, gírame por delante que se me nuble la vista, que me muerda el vacío, ya comencé otra vez. Qué vértigo, en los trémulos bordes.


El enfrentamiento

La sombra se desprende, pata de buitre. En el agua, reverberando, luz de ángel caído, ese cuerpo en ocaso es estrella pasando. Y yo hundiendo mis dedos y tú abriendo las piernas. Qué maraña, qué selva y el verbo reflejándose en los ojos, qué placer, qué delicia.


El regreso

Y pasa la mano, te oigo y esta espiga subiendo, cabe entre esas cuatro letras, casa, mi refugio, relieve de carne que me quema. Comenzó la ceguera y yo frenético. Acércame a la luz de tus pechos, que me trague el cielo de tu lengua,
que me trague.


Atracción

Si caigo en tu vientre, si mi aprietan tus piernas como arroyo entre mares, quiero navegar en el vacío, navegar y no tocar orilla, no asirme, gira que te gira. Movimiento que vibra y el alma desciende, desciende y este cuerpo es instante, goce que silba, vibrando, vibrándome este péndulo de sangre en tus labios, magnolia.


La intrepidez

Sales subterráneas, jugos derramándose en mi boca. Quiero oírte, otra vez, dime otra vez, pronuncia mi nombre, di las palabras de la desnudez, hazme girar en los cielos oscuros cielos qué intensidad, se nos acaba el día y no hay reposo, no hay sol. Muéstrame el centro del universo, húndeme en tus aguas.

La humildad

No te alejes de mí, no te vayas, sostenme, no me dejes luna entre hierbas ilumina el oscuro, mi corazón herido. Caigo, voy ciego, íngrimo, voy como si fuera, respirar con tu boca yo quiero, respirar, abre tus labios. Qué frescura, aquí no hay apariencias, no hay yo ni tú, el nosotros es el mundo.


El eclipsamiento

El silencio es materia, liebre libre, desnudo, eclipsándose. Me rodeas como si fueras salvaje, mis brazos te buscan. Quiero beber, lamer, tragar lo que me fortifica, dulce aire. Nube en vuelo la noche comienza y es azul mi corazón es caballo, río, tierra que se mueve, arriba, abajo meteorito que late, dentro.


Fuerza

No gira, salta la carne, pégate más, ahógame, es el deseo el que me empuja hacia ti voy pierdo razón cabeza, enloquecido me vierto como agua, como viento, me da goce esta carne, me vuelvo tornado pulpo sediento, 69 con dios incandescente soy tuyo, como tigre indefenso.

El encuentro

Tarde se vuelca en el ojo, un círculo, lengua roja. Y otra vez comienza el manoseo en la entrepierna. Y la escritura discurre, se escurre, caliente, aquí y allá y es flujo mar que se agita, ola, desplegándose vertical, abriéndose y es cuerpo gimiendo, quebrándose.


El corazón de la hueste

Qué viento surcando, rielando rasgando esa ola que vuela. Un chasquido y hay fuego estallando, corre la tinta, fluvial, río con la cabeza hacia afuera y tiembla la piel, huracán es mi cuerpo y el tuyo subiendo como sílaba, como palabra encendida en lo profundo yo estoy, soy topo que te sueña profundo.


Las fauces

Y es agua este cielo llameante este punto que toco, estos muros son míos, nunca los dejaré, qué piedra caliente, olvidé los eclipses, aquí abajo estamos, tú y yo como nunca, pasarán los celestes, escucharán los gemidos y este turbio fluir y esta turbina encendida y esta boca mordiendo, qué manzana mamita.


El abismo

Pájaro saltando, no hay jaula y esta tormenta no acaba, tengo que atarme, atarme a tu cuerpo, tengo que resistir encadenado a ti, cometa. Y esta nave naufraga y es ola en el cielo, ola que se quiebra, remolino. No me quiebres los huesos, no me muerdas así, no, no, mi corazón se ahoga, quiere ala, volar, volar.


Cruzando el río sin un bote

Que no me impulse la rama, que me arrastre el oleaje, fuego no es tiempo aún, vuelo con la tierra en los ojos. Quiero tocar la luna, que me queme, marabí desatada. Qué mariposa traviesa, qué torbellino eres, amada. Hay que evadir, huir, hay que aferrarse al deseo y no morir, sostenerse en el aire, flotar, como si fuera globo.


Las habilidades del auriga

Como aleteo de avispa, como zamuro en picada, noche que se va deshojando, tiempo que se vuelve y devuelve. Y es gelatina la vida acelerada, no es llanto, es risa. Y otra vez un gemido y tu cuerpo saltando, culebra. Te morderé la garganta, te hundiré mis colmillos. Qué destino de pájaro, quiero sangre, sangre.


La dentellada

Aguja atravesó la tela, carne sin ojos, ahuecada. Me quiebro otra vez, me quiebro, hierba fuera del sol. Tu cuerpo crepita creciendo, pliegue en la boca. Como aire como agua como fuego con tierra. Tú me ofreces tu vientre como si fuera fango. Y siento vértigo, ganas de ser lo que soy.

El avance

Escritura vive de los movimientos, gira suspendida en la nada, a la nada que encarna y es cuerpo, latido. Y es tiempo y espacio, río furioso que me invita a nadar. Poema sin estirpe, ángel sin alas, cisne estrangulado ruega por mí que estoy adentro y me lleno de sangre, vuelvo, vuelvo, tengo que ver la luz dentro de ti.


La huida

Quiero irme, vuelo en la selva y estoy que me gozo que no me toca el aire, que me ahogo y te busco al revés y se empluma el verso, ebrio y soy feliz en el huerto. Oye el gemido del polvo, más allá del sepulcro en tus entrañas, no hay tormento, y no dudo ni lloro trémulo el beso como subiendo al borde, vivo tu cuerpo.


La transparencia

Lo derramado se gesta en la hora, la fisura se abre. Cuánta gracia y qué violeta voraz, y es la vida otra vez bajo rosas gemelas yo soy, deslumbrante, soy el maravillado el que nace sin alas y me inclino para tocar tu pecho. Y no es verde la sombra que se mantuvo en secreto que palpita en tu vientre como hongo con iris.
El dominio

Con la rama en mano como nube, como cálida miel que humedece mis labios en tu boca, breve torrente, húmedo, y este ser recatado, cayendo, vibrando. Qué afortunado soy, y es la brasa encendida que deslumbra. Se abrió de par en par la puerta me sorprendió la sangre y es noche este abejorro que vuela que vuela, pulsando.


La tempestad

Como rayo de luna a la orilla como fruto dormido en la mano, caracol y fue mediodía, picaflor que se endosca veloz pasó centelleante, obstinado de sí, extraviado traspasó la tela con huecos, transparente afiebrado jamás se detuvo, siguió, siguió, deseoso. Y fue como verle el ojo al pozo pícaro picaflor.


La pasión

Y me comí el durazno, oh embeleso, fue breve el placer. Acaricié esa luz extendida, rasgándose. Y discurrió posesiva, de la boca al lunar, tú y yo. Tus ojos y los míos como fuegos entre juntos y el corazón todo lleno de fuego, todo lumbre y el infierno tan cerca, qué abismo turquesa.


El espejo

Y está latiendo el deseo, aquí, acá, en esta zona encendida reverbera en el nocturno vacío, encima, debajo y esta estela en mi cuerpo y la ceniza en la frente y tú mirando hacia arriba como buscando tu estrellado y un salto y se rompe el silencio y tú soplando con el clavo en la boca, así no más como si fuera trompeta.


El Ojo del Ángel

Y este fuego en la casa. Y este querer irse, sin cruzar la frontera y este calor recorriéndonos y esta sed que nos seca y él otra vez asomándose, quemándose las sábanas y la ropa en el suelo. Yo abrí la ventana para que entrara aire, quiero aire y hundí mis dedos entre los pliegues para atarme en el fuego.


El naufragio

Es tu vientre deslizándose, son tus ojos ardientes, hinchados entre serpientes, me alcanzaron las olas y me entregué, me alcanzaron los dardos y grité desbocado como lobo con hambre. Y fui el mar y la espuma, meciéndome, con ruidos y chispas y la noche murmurando fresca en la orilla y tú a mi lado azotándome, hiriéndome, comiéndome vivo, villana.


El caído

Y me llenaste la boca de fuego. Y me quemaste el talón, la palma, el pecho y yo turbado dejándome hacer, gozándome y fui diciendo lo que querías de mí y te agarré por detrás hasta que ardieron todos los filamentos y la columna cayó y se abrieron los márgenes, se alargó el horizonte. Frágil, débil, descendí a tu reino resplandeciente.


El combate

Huidizo, salta lo blanco, se desvía. Y toco lo rojo, la herida. Y otra vez en el centro, palpitante como topo tan bajo y no hay aire no hay cielo cercano, ese hueco sin tejas y este follaje que brilla que brama furioso, alucinado. Y de repente una lluvia en mis ojos, más acá del balcón. Y esta mano que pasa y no ve y entra temblando como una fiera.


Las serpientes

Y es son tus senos de almíbar, senos geométricos, saltándome que se mueven y me giran y se van y se vienen como olas encima de mí, perturbándome, dulces picos como dos asteroides manoseados pero están encendidos, llameantes, palpitando. Qué reflejos celestes, cómo se gozan del aire, cómo vuelan de la vela a la proa, como fuegos veloces, insaciables.


En la orilla del río

Qué gozos y eros aquí cerca y rendido a tus pies apurando el licor, una vez más, frente al río y ese cielo frondoso, más amplio y herido, en la maraña cifrado fue sangre en mi boca? fui esperma en tus labios? Adentro, encima, sin oír el rumor de las estrellas, en el agua voy cual soñador navegante, como siempre perdido, naufragando.


El iluminado

Tenue la luz, como pálido soplo más acá de la lengua. Quitiplás, quitiplás y la mancha se extiende y es sangre más abajo del torso, qué cálida rosa, qué hondura ofuscada ¿es que acaso te sueño? Siento tu cuerpo como un hervor. Tuya es esta voz tocándome la oreja, contigo estoy vivo y soy tuyo y es mía esta brasa caliente, amor, amor.


El verdugo

Y ser otra vez el que te abraza. Ser tu verdugo con látigo el que te toca la herida, que te rompe por dentro el que te muerde, el sanguinario, el fumador tempestuoso el lobo embriagado, el lúbrico, el apocalíptico sin estrella. Y tus gritos se elevan, rayos contra nube. Y te hiero la piel no me pidas piedad que nunca olvidarás este día, lucífuga.


La fiebre

La madera cruje, cruje y esta selva me traga. Voy apartando las ramas. Puedo ver el cielo rojo, el follaje se extiende. Los leños arden: Y el fuego se eleva, furioso, llamaradas en el aire. Y la lluvia cayendo allá fuera. Y las hojas girando como gotas que se dan a la vela, como trazos de sol.


El vértigo

Y el cuarto se llena de luz, como hebras moviéndose, luces. Cuántas pulsaciones, luces emplumadas, descendiendo. Y la sangre agitándose, yendo y viniendo. Saltan nuestros corazones. Y se elevan otra vez, contra el cielo lluvioso y son estrellas. Una ráfaga titubea, vacilante, sobre nuestras cabezas.


La tormenta

No pienses que llegó la tormenta, no mires los relámpagos, deja que los cielos naufraguen, deja que la noche murmure. Toca mis fibras, mis músculos, no tengas miedo morena, no te quedes ausente, yo estaré sobre ti, como un guerrero, deja que siga lloviendo, hasta aquí no llegarán las aguas. Y si el aire te abraza no grites, combatiré la tormenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario